EL ESCULTOR

Gabriela Vallejo

 

 

Cuando sus dedos tocaron por primera vez la arcilla, el escalofrío se apoderó de todo su cuerpo y lo envolvió en un abrazo de placer que jamás había experimentado ningún hombre en la Tierra. Pensó que era afortunado por aquella sensación. Suave sensación: como un profundo beso que se había escapado de la sombra de su tiempo, pues su único mundo era aquel sótano que tantos secretos le había robado. 

Día tras día el placer iba dejando su inmediatez, porque ya no era la primera vez que lo dominaba. Entonces, tuvo que sumergir las manos enteras, los brazos, rozar su pecho, y así, cada mañana, alguna ansiosa parte de su cuerpo hasta que el barro y su volumen se fusionaron en una misma materia. Pero aún quiso más y entendió que debía crear. Su Obra sería tan perfecta como en su imaginación y eso le llevaría el tiempo que fuera necesario. 

Necesitó aislarse. Y empezó al danza. Frente a un espejo, su figura recién nacida de la profundidad, parecía tallada con las manos mas hábiles. La arcilla, que se iba secando en su piel, había descubierto las grietas de dolor de su alma dejándolas escapar, y eso le gustaba. Entonces no pudo dejar de imaginar que la perfección solo podría esconderse en sí mismo. Con las uñas trató de librarse de las capas de barro que ya estaban secas en su pecho, y sin percibir su fuerza, agrietó su propia piel. Las gotas de sangre dieron vida a la arcilla muerta tiñéndola de el color mas hermoso que jamás había conocido. 

Abstraído por su descubrimiento, rompió el espejo y uso las puntas mas filosas para abrirse profundas heridas y así poder lograr la Obra que iba definiendo. Marrón frío contrastaba con el cálido rojo. Espeso y líquido. Inerte y lleno de vida. 

Estuvo casi dos años esculpiendo su figura, pero las curvas que moldeaba no se parecían a las que había soñado, los brazos no alcanzaban a abrazar rincones de su alma, las piernas temblaban sin poder dar un paso, y su cara no expresaba la eternidad. Sin embargo era persistente. Siguió intentando con el poco entusiasmo que le quedaba porque imaginaba que, una vez concluida su criatura, nunca volvería a sentirse vacío bajo la oscuridad de esa habitación a la que se había encarcelado por su capricho. Luego podría admirarla, besarla, e incluso soñaba con hacerle el amor. 

Una mañana despertó débil, pues había perdido mucha sangre con el tiempo, pero no le importó porque aun no había terminado, y su Obra se veía mas pálida de lo que él podría permitirse. Se abrió una herida mas, esta vez con desesperación, pero su sangre ya no fluía como el torrente de pasión que una vez había sido. 

Siguió esperanzado cortándose las pocas partes de su cuerpo que aun no tenían huellas, pero los cortes le dolían cada vez mas, era irresistible. Cayó de rodillas, casi en una posición religiosa, y lloró hasta que se le fue el último suspiro, al tiempo en que la escultura se quebró en innumerables partes que cayeron en su espalda.

 

 

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