NACIDO DE LA LLUVIA

Mariano Estrada



La mañana está húmeda, como el deseo tierno de una enamorada reciente. Mis pensamientos se estrellan en un mar que se me antoja desconocido, por sus asomos de tristeza y de niebla. El color es gris, no hay sol, no hay claridad, no hay brillo. Las palmeras ofrecen a mis ojos sus adustos penachos de lacinias goteantes y estilizadas. La lluvia es delgada y minuciosa, tanto que me sugiere otro lugar, otro momento, otro paisaje... Pero yo conozco la esencia de este viejo Mediterráneo, sus rabias momentáneas, sus lunas influyentes, sus estados de locura transitoria... Y hoy exhibe esta cara de tristeza, esta grave expresión de melancolía, estos ojos de sombras y de llanto...


Foto: Maite Mainé©2001
Aunque es bello este llanto, este rostro triste, esa oscurecida lontananza que, como todo lo que es inescrutable, sugiere profundidad y misterio. Y siento en mí esa bruma, y ese olor a ozono que se yergue sobre la tierra mojada, y esas hojas ocres que me avivan el recuerdo de una carne trémula y gozosa tras el vaho adherido a los cristales de un coche en el otoño, y esas gotas de felicidad empapando un rostro de dicha... Y el amor, el mar embravecido y tormentoso en su expresión de fuerza...

Contemplo estos momentos de especial intensidad desde el sosiego de mis cincuenta y tres años cumplidos, cada vez más penetrado de la nutriente sustancia del paisaje, que es tierra sobre mi tierra, agua sobre mi agua, vida sobre mi vida. Jamás hubiera creído en mi esplendente y vigorosa juventud que su simple contemplación iba a constituirse en alimento imprescindible de la mirada, en motivo de serena felicidad, en alargada fuente de gozo. Hoy sé que el paisaje es una forma visible de la eternidad, el camino más cierto para acercarnos a una verdad sin aditivos, acaso para hacernos elementales como ríos, primarios como vientos o como lluvias e imperecederos como montañas.

Sé que detrás de esa niebla, donde antes he anunciado el misterio con ingenua voluntad, unos ríos sucios corren hacia mares contaminados, unas lluvias ácidas caen sobre bosques inocentes y desprotegidos, y unos entes violentos han alzado las faldas de los montes con sus falos de vergonzoso priapismo y sus manos de tacto monetario, y han violado a una flora desprevenida y virginal y a una fauna no amada por los humanos con el debido respeto y suficiencia, especialmente si huelen a negocios y a administración.

Desde este día hermoso que me ha ofrecido la lluvia, frente al mar, convertido en materia de dolor y de paisaje, me ofrezco a todos aquellos que repudian la contaminación y el exterminio -de quienes reclamo una reciprocidad desinteresada-, y propongo para los violadores de la naturaleza un castigo ejemplar consistente en la amputación de sus órganos. Y conste que me refiero a su poder, jamás a sus pingajos de respetable biología.

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