PAISAJES DE PELÍCULA
Roberto Echeto
® 2000



Obertura
De todos los recursos visuales que hoy existen el que más me seduce es la fotografía, y eso porque en mí genera montones de preguntas que a lo mejor no alcanzo a responder ni siquiera leyendo a Walter Benjamin, Susan Sontag, Roland Barthes o a cualquier otro teórico de lo fotográfico. De todas las posibles razones que me llevaron a escribir este ensayo hay dos que me encantaría compartir con ustedes: una tiene que ver con preguntarse sobre si es verdad que el dibujo está detrás de todas las artes visuales, y la otra tiene que ver con la contradicción que existe entre la diversidad tecnológica para tomar fotos y la ceguera conceptual del usuario promedio.

Sobre el primer ítem les digo que no me parece una deformación profesional mía (y quizás también vuestra) creer que el dibujo, como discurso, esté, como base, por debajo de todo producto visual. Convengamos en que dibujar es el primer acto de codificación del mundo que hacen nuestros ojos y nuestro cerebro en el acto perceptivo, y como sabemos, no hay producto visual sin acto perceptivo; es decir: sin conciencia ni memoria.


Foto: Yuri Valecillo®2000/2001


El otro punto me parece interesante porque el ciudadano promedio no tiene por qué ser un productor consciente de imágenes del mismo modo que no todos hacemos velerismo ni tenemos por qué hacerlo. Aunque todo sea fotografiable y sea divertido andar por ahí apretando el disparador de la cámara a diestra y siniestra, supongo que a pesar de que exista la tecnología fotográfica al alcance de cualquier persona, no creo que todos estemos entrenados para tomar buenas fotos. Aunque cualquiera pueda comprarse un bisturí, no por llevar un bisturí en el bolsillo ya se es cirujano. No todo el mundo será un especialista en algo sólo porque el mercado le ofrezca la posibilidad de comprar equipos y la promesa de dominar un oficio. Sin embargo, el caso de la fotografía se torna especial por la sencilla razón de que es una actividad tan al alcance de todo el mundo que la hemos integrado a nuestra vida como un acto natural más. Para muestra piensen que no sólo hay cámaras,  centros de revelado y tecnología instantánea que llevan a nivel de milagro el acto fotográfico, sino que en nuestra época hay fotos en la calle, en el  periódico, en revistas, en el cine, en las vallas, en todas partes. Esa  omnipresencia y esa importancia que las imágenes fotográficas tienen en nuestra vida no se compaginan con lo trivial que nos parecen, con “lo dadas” ... No es que no me parezca bien; es que por puro “normal” hay que subrayarlo porque si no desaparecería lo interesante del fenómeno, como de hecho ha desaparecido.

Yo creo que la pregunta que debemos hacernos no es sobre esperar a que la gente genere y desarrolle su propia estética a través de los medios  tecnológicos que hoy existen. Responder las dudas generadas por este asunto pasa por entender que hay distintos tipos de artistas de la fotografía.  Primero están los micromecánicos que construyen las cámaras y los  diseñadores de la visualidad “prefabricada” que exhibirán las fotos. Luego  está “otro tipo de artista”, un artista en segunda potencia, que es el que  toma fotos (con las cámaras ya hechas) de acuerdo a una estética que él mismo se ha concebido, y, en tercer lugar, está ese usuario inocente para  quien una foto no es más que un retrato hecho con una cámara. El punto, al final, es ver dónde está el artista, dónde está el arte, quién lo hace, quién lo crea y desarrolla. Todas estas preguntas me llevan a creer que si la estética fotográfica, la estética del dibujo y todo medio que genere imágenes no lleva a sus consumidores a moldear su propia visualidad, entonces las fotos que tomamos no sirven para nada y sería cierta la tesis que reza que el estar en contacto con tanta imaginería alela a la gente.

Las imágenes del mundo son reflejos de cómo quisiéramos que fuera el universo. El sentido y los valores expresivos de esas fantasías se lo das tú, de acuerdo a tu experiencia icónica, sensible y comunicativa. Obviamente si la gente tiene experiencias estéticas pobres y, para colmo, cultiva esa pobreza conceptual por negligencia o por cualquier otra razón, no podemos pedirle peras al olmo y esperar a que el público produzca masivamente cientos de fotos excelentes ni consuma de la noche a la mañana obras de arte, libros, etc.

Tres lugares comunes de la fotografía automática. 
Casi siempre que llevamos una cámara en las manos sentimos que el sólo hecho de cargarla con nosotros implica tener que apretar el botoncito del disparador una y otra vez, como si la captura de imágenes fuese una cosa  inocente y no una acción premeditada a la que podemos dedicarle tiempo y neuronas. Eso suele sucederle a los turistas y a todos aquellos aficionados que ven en la fotografía un hecho inocuo que no implica más que una captura desesperada de recuerdos y una fragmentación visual de la realidad para guardarla, para asirla y hacérnosla más interesante a la hora de trocar su existencia fugaz en relato. Sinceramente no puedo afirmar que desdeño esa manera de concebir el hecho fotográfico. Si algo maravilloso tienen las cámaras automáticas es ese impulso que generan en su dueño por atrapar la imagen de un instante y de un lugar en una foto, en un trozo de papel o de pantalla que funge de espejo; de espejo mágico en el que nos vemos a nosotros mismos en otro espacio y en otro tiempo. La fotografía así concebida tiene el encanto de los documentos históricos y de las glorias pasadas. Lo interesante es que, vista de ese modo, toda foto es parte de la historia mínima de cada persona, de cada ser humano retratado en ese medio que parece trivial. Sin embargo, y a pesar de semejante divulgación del hecho fotográfico, pocos son los que ven en la producción de una fotografía común y corriente un pretexto para reflexionar sobre la imagen. Pareciera que mientras hay más medios para producir imágenes, y más gente puede acceder a esa producción, menos se piensa lo imagético. Digamos que ése es  un proceso que no le interesa al gran público. Un buen ejemplo de esa ceguera en el tiempo de las imágenes son nuestros propios álbumes familiares. Tome usted el suyo y compárelo con el de cualquier persona de cualquier parte del mundo; observe los encuadres y pregúntese por qué todos son simétricos; admire cómo todos los que aparecen en la foto se apiñan en el centro de la composición y retuercen sus cuellos como si en el momento en que se abre y se cierra fugazmente el obturador quisieran meterse en el lente y vivir en la dulce oscuridad de la cámara; fíjese también cómo lo que llamamos “momentos fotográficos” son los mismos para toda la gente, logrando que abunden, o más bien sobren, fotos de maternidades, primeras comuniones, graduaciones, barmitzvahs, bodas y pare usted de contar. Todos tenemos las mismas fotos en nuestros álbumes porque no pensamos las imágenes que producimos. Creemos que la fotografía es un hecho social más que un acto de pensamiento y de creación. Y es que las máquinas fotográficas actuales están diseñadas justamente para eso, para que nadie tenga que pensar nada y lo fotográfico sea siempre un acto amable que no presente complicaciones de ninguna especie. Lo único malo es que al no sentir la responsabilidad de tener que inventar las imágenes que nos brindan las cámaras automáticas, estamos asumiendo como normal el hecho de que otro las conciba por nosotros.  Me refiero a que en ese fabricar una cámara y una película que no le generen problemas al usuario despreocupado, se encuentra también la certeza de que así como hubo un diseñador decidiendo la manufactura de las partes mecánicas, hubo alguien que concibió la visualidad que cada foto mostraría,  asesinando de inmediato la injerencia de cada individuo en el producto acabado o, por lo menos, haciéndosela más difícil. El verdadero problema del arte fotográfico tiene su inicio cuando asumimos que las imágenes viven en nosotros (gracias al contacto que tenemos con el mundo) y que la cámara es un instrumento para fijarlas en un formato y en una materia. Esa es una concepción muy diferente a la de la fotografía como artificio que “atrapa” mágicamente lo real para certificarlo y darle legitimidad. Visto de esta manera lo fotografiable deja de ser sólo aquello que la sociedad y sus costumbres legitiman como tal y se abre un universo de posibilidades infinitas para la producción de imágenes que puedan traducirse en un objeto artístico que estimule el pensamiento visual. En esto (en asumir que la mirada es un acto enteramente voluntario) la fotografía encuentra su punto de unión con otras artes visuales como el dibujo, el cine, el video y la pintura. Todas se vinculan porque sus respectivas dinámicas nacen en el vacío y en la virtualidad del pensamiento de cada hombre para convertirse en estímulo para los ojos de los demás.

El dibujo inmiscuido en la fotografía
Pese a que hoy en día pueda pensarse lo contrario, dado el tráfago de imágenes que consumimos, el pensamiento visual no es una instancia
discursiva hecha de premisas y conclusiones a la manera de la lógica verbal o de la matemática. Más bien se trata de un perpetuo cotejo de proporciones para transformar la presencia material de los objetos en imágenes que vivirán en nosotros como ideas que, una vez incluidas en nuestro repertorio mental, nos acompañarán en todo momento hasta que la muerte, el Alzheimer o la arterioesclerosis nos borren la memoria. Ese proceso de simbolización pasa por una etapa en la que mentalmente descomponemos lo que observamos, y por otra en la que rearmamos el objeto sintetizando sus partes. El dibujo, primero que otras especialidades, reproduce siempre, sobre papel o sobre cualquier otro sustrato, esta operación semiótica enteramente imagética que constituye una enorme parte de algo que podríamos llamar nuestro mundo visual, una experiencia que cada persona disfruta o padece en absoluta soledad viendo, recordando o produciendo formas virtuales, imágenes que sólo nosotros disfrutamos desde el ojo interno de nuestra conciencia.





Foto: Yuri Valecillo ® 2000/2001

A cada momento, estando dormidos o despiertos, vivimos fascinados por esas ensoñaciones inmateriales que en conjunto conforman nuestra imaginación. Ese proceso puede permanecer como algo incontrolado o puede convertirse en algo mucho más complejo que funcione a voluntad. Me refiero a la conformación de un pensamiento visual en el que se tenga plena conciencia de que esas imágenes mentales son la materia prima de las ideas, del conocimiento y de la propia manera de ordenar nuestra respuesta a todos los eventos que nuestros ojos capturan. Lo curioso y lo interesante es que esa respuesta siempre es un dibujo, un mapa que nos permite calibrar el orden de los objetos en el espacio, nuestra relación con ellos, sus proporciones, sus tensiones y pregnancias, su fuerza y capacidad comunicadora.

No hay placer más grande que mirar con ojos educados, con vista que combine el acto fisiológico de ver con el acto cerebral de percibir. Cuando esos dos acontecimientos suceden al mismo tiempo, tenemos un terreno fértil para la creación de productos visuales de la naturaleza que sean.

Volviendo al tema que nos ocupa, el dibujo se encuentra sumergido en la fotografía precisamente en el momento en que nos percatamos de que podemos asumir cada foto como un pretexto para generar un documento múltiple que
hable por sí mismo de ese ver, al mismo tiempo, dos veces las mismas cosas. Todo arte visual nace en el dibujo porque dibujar reproduce el acto de concebir la imagen que deseamos para agregarla al mundo. Así, en el momento en que diseñamos un encuadre o la escenografía compositiva de nuestra foto, estamos dibujando en el vacío y dándole su valor a cada objeto en el espacio fotográfico.  Esa actitud calculadora representa siempre el sello de calidad obvio de cualquier producto visual que valga la pena. El dibujo está en la fotografía cuando el fotógrafo decide en fracciones de segundo el ángulo, el encuadre, la velocidad de exposición y la luz de la foto que contendrá para siempre unas formas congeladas en el tiempo. Para capturar esa imagen pregnante y valiosa que será utilizada como documento histórico, publicitario, estético o lo que sea, el fotógrafo ha tenido que formarse en los vericuetos de la cámara y en la misteriosa oscuridad del laboratorio, ensayando y ensayando miles de veces la correcta producción de una foto entre lentes, máquinas ampliadoras, lámparas, pinzas, líquidos reveladores, baños de paro, ordenadores con programas para retocar imágenes y pare usted de contar. Sin embargo, y complementando ese saber con sabor a artesano y a alquimia, el fotógrafo hace uso del dibujo cuando genera en su mente la imagen exacta que desea, los grises o los tonos de color, la preminencia de unos planos sobre otros, las texturas visuales y cualquier otro elemento compositivo.

A pesar de su presencia soterrada en el medio fotográfico, el dibujo no es la médula de la fotografía.   Para el dibujo lo más importante son las formas, y para la fotografía lo más importante es la luz. Sin luz que moldee los objetos no hay fotografía. He ahí la sutil gran diferencia que conforma dos lenguajes que corren paralelos en el panorama de lo visual.

La amabilidad de lo instantáneo
Uno de los artificios con que los especialistas del mercadeo fotográfico nos han vendido miles y miles de cámaras es el truco de lo instantáneo. Digo “truco” porque en realidad esa situación de apretar el botoncito de la cámara y que de una vez aparezca tu imagen o tu recuerdo objetivado es, en muchos sentidos, una situación mágica que se ha vuelto normal en nuestros días. Antes tomar una foto era un proceso engorroso que implicaba una pose y una parafernalia. Para colmo, también era un proceso que tardaba en generar su resultado. Hoy tomar una cámara, pulsar un botón y tener el objeto fotográfico en las manos es cuestión de segundos. Si acaso es cuestión de una hora para los rollos de las cámaras automáticas que llevamos a los centros de revelado que quedan a la vuelta de cada esquina. Esa
hiperinstantaneidad ha traído como consecuencia la definitiva democratización del hecho fotográfico y ha dejado en las nuevas generaciones una placentera sensación de poder atrapar momentos sin que aparentemente haya resistencia por parte del medio diseñado para tal fin. Como sucede con tantos otros objetos, nadie tiene la menor idea de cómo funciona una cámara,  pero todo el mundo se atreve a tener una, a manipularla, a tomar fotos, a utilizarla siempre que quiera. La cámara fotográfica no es un objeto “raro” con el que nos sentimos en desconfianza; por el contrario, es un objeto que vive con nosotros, y en nosotros, sin que hayamos pensado demasiado en el peso que ha tenido y tiene sobre nuestra manera de concebir el mundo. Eso es, obviamente, producto de la hiperinstantaneidad del medio.


La velocidad de respuesta de una Polaroid o de una cámara digital no  permite que se lean  consecuencias de su rapidez. Es más: no interesa  leer esas consecuencias porque, en el fondo, las cámaras automáticas no hacen sino reproducir cada vez con mayor eficiencia la relación instantánea del ojo con el objeto mirado, y esa relación es, para el común de los mortales, demasiado obvia, demasiado natural como para tomarla en cuenta.


Foto: Yuri Valecillos ® 2000/2001

La instantaneidad es una variable de las cámaras contemporáneas que consolidó a la misma fotografía como complemento de la visión. Al reproducir eficientemente, en un trozo de papel o en una pantalla, lo fugaz del acto de mirar, la fotografía le dio al hecho perceptivo el elemento que le faltaba: un sustrato material que resguarda lo irrepetible, lo irrecuperable. Sin esa “prótesis” la fugacidad natural de los acontecimientos haría que éstos se perdieran para siempre a la vista de otros y habría que reseñarlos únicamente en forma de dibujo, de relato oral o literario. Por eso es que la posibilidad de la inmediatez ha profundizado la condición documental de la fotografía, y esto ha modificado en muchos aspectos nuestra propia percepción de las cosas y del tiempo. Un ejemplo de eso es la sensación de escena pregnante, de “situación fotografiable” que producen ciertos hechos de la vida diaria. Me refiero a que vemos el mundo a través de la fotografía, a que tasamos el universo dependiendo de cómo se ve -o de cómo se vería- en una foto, y si no dan crédito a mis palabras, sólo observen a partir de qué medio se divulgan los ideales de belleza, autorepresentación y ascenso social que consumimos diariamente. Esta inquietud ha llegado a unos niveles de detalle tan delirantes que incluso a través de lo fotográfico -visto como un arte de lo instantáneo- hemos ampliado nuestra percepción del propio cuerpo humano, introduciendo en él cámaras ínfimas que retratan en segundos situaciones recónditas y hasta microscópicas.    Desde todo punto de vista lo fotográfico ha ensanchado, y sigue ensanchando, la idea siempre estrecha que nos hemos formado del mundo.

Por otro lado, y volviendo a una hebra que dejamos suelta, nuestra percepción del tiempo y la posibilidad de representarlo en medios como el cómic, el cine o la fotonovela, también se ha visto influida por la variable de lo instantáneo en la fotografía. Una foto es una representación de acontecimientos; creo que todos podemos más o menos convenir en que esa naturaleza analógica es uno de los principios elementales del medio fotográfico. Esta discusión se hace más intensa cuando entendemos que,  aparte de representar hechos, la fotografía también representa el momento en que una multiplicidad de eventos suceden paralelamente, y de los que apenas nos conformamos con los retratados, con los que aparecen en la foto,  obviando, por lo general, que esa imagen es lo que alguien ha visto y, por tanto, un retrato de la misma acción de ver ejercida por alguien, por un sujeto tácito que sostuvo en sus manos la cámara con la que fue representada esa realidad. Lo interesante, lo realmente interesante, es que sólo los eventos escogidos por nuestra voluntad visual quedan representados en un trozo de papel o de pantalla limitado geométricamente por sus propios bordes. El formato de la fotografía (sea rectangular, simulando el campo visual, o sea de la forma que sea) es un espacio ficticio donde reina unailusión de realidad condicionada por una aparente captura de lo que nos rodea, y allí se produce un reduccionismo que limita el tiempo y el espacio a sólo lo que aparezca en ese formato, logrando que todo lo que en él se nos muestre sea tomado como una acción única, pregnante y congelada destinada a ser, para siempre, documento de algo que ya sucedió. La fotografía nos refuerza esa sensación de que la vida está hecha de momentos, de instantes que sólo se vuelven valiosos en la medida en que son dignos de aparecer frente a la cámara, y es así como este asunto se muerde la cola y la fotografía termina asociada a una suerte de carpe diem en el que importa, sobre todas las cosas, la intensidad técnica, imagética, anecdótica, compositiva y documental de la experiencia. Esto, en cierta forma, explica y legitima con fuerza demoledora el que cualquier persona, aún sin ser especialista, utilice la fotografía como un medio para acentuar su experiencia vital. La fotografía como instrumento de “carpe diem” es una belleza de concepto.

La foto intervenida
En el presente lo fotográfico ha diversificado sus áreas de influencia, llegando a cuestionar la misma naturaleza analógica y documental del medio.  La fotografía se ha transformado en un sustrato intervenible que es materia prima para otros espacios y otros sistemas de pensamiento.  Antes esa intervención se daba en los collages, en las fotocopias y en los fotomontajes, mientras que ahora esa posibilidad está a la mano, muy sencillamente y no sólo con fines artísticos, en la pantalla de cualquier ordenador.  Desde allí, desde el formato digital, es posible retocar una foto, moldearle a voluntad el color, el grano, el encuadre, borrarle - aunque parezca extraño-  la propia apariencia fotográfica y hasta añadirle elementos (tipográficos, icónicos y hasta propiamente fotográficos) que no existían en la toma real.  Por eso una fotografía obtenida gracias a los métodos de hoy no significa lo mismo que una foto de antes. Las de nuestro tiempo no cargan consigo el hecho de ser concebidas como piezas acabadas; por el contrario,son piezas que están listas para evolucionar, para recibir nuevos elementos que hagan más compleja su presencia imagética. Una foto que funciona como una matriz de la que se parte para generar nuevos contenidos visuales deja de ser un simple signo de lo real y se convierte en algo que encuentra su sentido en la creación de una imagen perfecta, bella y pregnante que sirve para entrar a formar parte de los medios de comunicación, comulgando de inmediato con todos los requiebros de ese ecosistema y adquiriendo su gramática para sobrevivir y ser eficiente en ese entorno.


       Foto: Yuri Valecillo ® 2000/2001

Quizás el lector no esté de acuerdo, pero elemento que en el fondo moldea la anatomía de los medios masivos es la posibilidad de convertirse en factores diseñados para objetivar los muy humanos deseos de permanecer siempre jóvenes, siempre bellos, siempre pulcros y siempre libres de responsabilidades tediosas. Toda persona, desde el fondo de su alma, desea ser así, pero como la vida real no lo permite, hemos diseñado los espacios para que esas fantasías y otras aún más delirantes tengan un asidero real y nos hagan la existencia más grata. Esos espacios son los medios de comunicación y en ellos todo lenguaje vive para alimentar esa eterna aspiración ilusoria de juventud que nos mueve y nos hace felices. Cuando la fotografía entró en la dinámica de ese ecosistema, lo hizo legitimando eventos del mundo y, paralelamente, haciendo énfasis en aquellos hechos que atentan contra ese afán de eterna adolescencia (las fotos de crímenes, los fotoreportajes de guerra, el amarillismo periodístico, por ejemplo).

Quizás el lector no esté de acuerdo, pero el elemento que en el fondo moldea la anatomía de los medios masivos es la posibilidad de convertirse en factores diseñados para objetivar los muy humanos deseos de permanecer siempre jóvenes, siempre bellos, siempre pulcros y siempre libres de responsabilidades tediosas. Toda persona, desde el fondo de su alma, desea ser así, pero como la vida real no lo permite, hemos diseñado los espacios para que esas fantasías y otras aún más delirantes tengan un asidero real y nos hagan la existencia más grata. Esos espacios son los medios de comunicación y en ellos todo lenguaje vive para alimentar esa eterna aspiración ilusoria de juventud que nos mueve y nos hace felices. Cuando la fotografía entró en la dinámica de ese ecosistema, lo hizo legitimando eventos del mundo y, paralelamente, haciendo énfasis en aquellos hechos que atentan contra ese afán de eterna adolescencia (las fotos de crímenes, los fotoreportajes de guerra, el amarillismo periodístico, por ejemplo).

Pasado el tiempo, la fotografía se instituyó en uno de los medios de comunicación que mejor se ha adaptado a las exigencias de la interacción mediática, generando auténticos modelos aspiracionales para un público ávido de belleza y losanía. En el caso específico de la fotografía contemporánea, ésta no sólo aporta miles de imágenes que configuran nuestra cultura visual, sino que también propone la posibilidad cierta de convertir la imagen fotográfica en un sustrato que puede retocarse y verse “mejor”, de acuerdo a la premisa que forja a los medios.
                 Playa - Foto: Yuri Valecillos ©2001

Lo más interesante es que esa posibilidad se encuentra en manos de todos, igual que las cámaras automáticas.  Fotografiar no es lo único que el gran público tiene en su poder; intervenir la imagen para convertirla en su reflejo y semejanza es algo que también está bajo el influjo de su voluntad, y esto profundiza la idea de que todos somos, a la vez, sujetos y objetos de la fotografía.

Todo software diseñado para retocar y rehacer fotografías no hace sino liberar a la imagen de su materialidad de película y papel y convertirla en una superficie virtual sobre la que se puede “dibujar” y transformarla en otra cosa al borrarle las imperfecciones o añadirle detalles que permitirán crear una imagen acorde con nuestros más acentuados delirios imaginativos. Lo más curioso de este nuevo producto iconográfico es que con él ocurre lo mismo que con el dibujo y la fotografía tradicionales: la imagen representada no deja ver la traza de sus respectiva gramática, la borra, la hace poco atractiva, poco interesante. Nadie -a menos que sea un curioso especialista- se pregunta cómo está hecha una imagen o cuáles son las premisas conceptuales y formales que la llevaron a ser así y no de otra manera. Esto genera una situación contradictoria cifrada en que cada día consumimos más y más imágenes locas, delirantes e incluso monstruosas, que por ser tantas y compartiendo un mismo espacio, se vuelven anodinas y poco interesantes aunque sean concebidas con los propósitos más perversos del mundo.   Nada de extraño tiene el hecho de que haya cientos de curiosos (artistas o no) explorando las posibilidades estéticas de un recurso que permite que la imagen fotográfica sea tan flexible como un dibujo y tan “groseramente realista” como la fotografía misma. Por eso, y porque en ella se pueden integrar imágenes con imágenes e imágenes con texto, esta forma de arte tiene uno, dos, tres, cuatro pasos adelante con respecto a otras artes tradicionales, y quizás por eso sus requiebros seduzcan con tanta eficacia a los más jóvenes.

Tal vez en este punto valga la pena recordar otra premisa de los medios de comunicación contemporáneos, y es la necesidad de producir imágenes pregnantes que se introduzcan y se instalen,   con la velocidad de un chispazo, en lo más hondo de la memoria del espectador.   Casi podríamos afirmar que esa necesidad modela lo más íntimo de los medios en nuestra época.  Hoy se nos hace imposible concebir como normal que los mensajes que viajen por los medios actuales divaguen en su intención comunicativa, y esto porque, según su gramática, un mensaje complicado y barroco resulta, aparte de poco efectivo, costoso. Un asunto así genera, en el caso de los medios visuales, una exaltación de la mímesis, una vuelta a lo pictográfico, vale decir: a la representación realista de los objetos del mundo, y es allí donde la fotografía como arte y como saber tiene mucho que aportar.

Aunque su visualidad sea intervenida por otros medios, toda foto conserva ese “resquicio de realidad” 
en su apariencia. Tal característica hace que cada fotografía sea, en mayor o menor medida, una representación cercana a lo real. Este punto es especialmente importante porque nos encontramos en un momento de la historia de la comunicación en el que hemos diluido los signos pictográficos hasta convertirlos en signos fonéticos y en símbolos a los que se les puede dar una carga de información específica, si tienes el poder económico para lanzarlos al mercado y convertirlos en signos convencionales  (como la M de Mc Donalds, el logo de Nike o la manzanita de Macintosh). Lo interesante de esta discusión es entender que una vez recorrido este camino, estamos comenzando otro en el que volvemos a una imagen pictográfica, pero con un asidero físico que no está hecho de materiales convencionales. Me refiero a que la imagen pictográfica tradicional era un imagen pintada en un papel o en una tela, o quizás tallada en una pared con todos sus detalles y con todas sus referencias de semejanza con respecto al objeto representado.  Hoy en día estamos volviendo a eso, a presentar imágenes muy semejantes a los objetos representados pero en un sustrato diferente que no es analógico, sino digital, y que, para colmo, se puede intervenir a voluntad. Desde allí, desde ese nuevo formato, seguramente los productos picto-fotográficos comenzarán a simplificarse y a evolucionar hacia formas de representación aún inimaginables para nosotros, los que asistimos al nacimiento de un nuevo proceso comunicativo.

El formato digital no sólo estimula la ubicuidad de las imágenes, también supone una objetivación en el mundo real de cómo supuestamente en nuestro cerebro bullen en conjunto miles de mensajes que se superponen unos a otros en forma de sonidos, iconos, palabras e información de toda clase recogida por todos los sentidos.


Foto: Yuri Valecillo ® 2000/2001

El gran aporte de la fotografía en estos predios radica en cargar consigo la responsabilidad de proveer, al mismo tiempo, la materia prima (mimética y pictográfica) de las imágenes que al ser tratadas en el espacio digital están listas para ser reflejo de esas ensoñaciones mentales que a lo largo de nuestra vida nos acompañan a toda hora, y es en este punto donde la fotografía se nos vuelve puro futuro, pura posibilidad. Aquí las palabras se vuelven mudas para dar paso a la obligación de vivir la experiencia
fotográfica que generará productos visuales de distintísimas calidades. Este también es el espacio donde se define quién es el artista de esta historia: aquél que sea capaz de doblegar las dificultades técnicas para imponer su voluntad y su respuesta sensible a los hechos del mundo, como ha sido siempre... sólo que ahora las opciones se multiplican y se hacen más y más complejas, como se hacen más complejas nuestras ambiciones estéticas al entrar en contacto con un medio que expande sus fronteras cada día, rozando viejos espacios y creando unos nuevos. Estar preparados para asumir semejante fenómeno es el reto comunicacional que se nos viene encima.

Lo mejor de todo es saber que la fotografía contemporánea ha diversificado sus caminos para ofrecer una riqueza de posibilidades visuales y formales listas para satisfacerle a todo el mundo su necesidad estética y de comunicación. En esa diversidad de opciones se encuentra y se encontrará el encanto de lo fotográfico siempre... y más allá.

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