Cada noche yo canto alguna pena
sin saber el origen de aquel mal,
dolor de alma, desgracia terrenal,
tal vez imaginar que mi condena
es vivir triste, loco o masoquista,
hacer de la tristeza un digno lema,
desangrarme en los versos de un poema,
hasta que todo pase y ya no exista
de mí en el mundo más que un leve indicio
lejano y olvidado de mis letras.
Ese día, mirando un precipicio,
escribiré las cosas más secretas
mientras pienso, frunciendo el entrecejo:
¡La pena sigue joven y yo viejo! |
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En una gran hoguera provocada
reuniré a los demonios de este día,
y su olor, sus cenizas y agonía
mezclados con mi aliento, serán nada.
En mi eterno rincón, lejos del frío
lejos del mundo, en gran señor del fuego
me torno, y en verdugo, un ángel ciego
de ciudad que destruye todo hastío.
Es toda cruel rutina, hija del mal
escondida en la urbe donde anida,
un demonio con dientes de metal
que engulle cada hora de la vida;
y la amargura dulce, nicotina,
es el placer mortal que lo elimina. |