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LA CURIOSIDAD

José D. Díaz



Quiero a mi edad que la curiosidad ya no me abandone hasta mi último día lúcido. La actitud de curioso ante la vida es tan gratificante que no se puede comparar con ninguna otra. La curiosidad, sobre todo si es expectante, puede ser angustiosa si te atemoriza la posibilidad de que se haga respuesta. Esa curiosidad es sobrevenida a tu intención indagatoria, y al no ser buscada se presenta como algo inesperado y lleno de oscuras incertidumbres. No es este el tipo de curiosidad al que yo quiero referirme. La curiosidad que me mantiene en la sensación de estar implicado en la vida es aquella que yo selecciono desde la aceptación implícita de mi ignorancia. A partir de fijar el objetivo de mi curiosidad, me siento como niño con un juguete nuevo. Me olvido de mi edad y nada me distrae que no sea obtener información. Cada pequeña parcela que descubro me acerca a la comprensión de la totalidad. Incluso cuando algún aspecto parcial me resulta desagradable, no renuncio por ello a abarcar el todo, en la seguridad de que al ser algo que pertenece a la manifestación de la estructura de las cosas, necesariamente debo ser prudente al anticipar juicios. Sucede que cuando mi curiosidad se ha visto plenamente satisfecha, el hecho de haber llegado a ella a través del progresivo conocimiento me llena de indudable satisfacción. Y como al principio decía, nada hay más gratificante en la vida que incorporar a tu colección de verdades una más, por elemental o sencilla que sea ésta, descubierta por ti mismo. Porque pasar por la vida impregnándote sólo de apariencias, es simplemente hacer de tu vida un hecho aparente, y a esto se llega cuando no tienes curiosidad y sólo esperas que las cosas se descubran por sí misma.

 

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