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GOTAS DE ESTRELLAS

Jesús López Merino

 

Miré al cielo buscando agua para refrescar mi alma y recibieron mis ojos gozosas gotas de estrellas. Camino y miro al cielo buscando en el firmamento, entre esos bellos puntos luminosos y diminutos, la ruta y senda a seguir. Y mientras, me refresco y agradezco esa sensación estrellada del agua bañando mis sueños y mi vida. Siento la necesidad de refrescar, de poner agua a la apelmazada tierra de mi vida y sentimientos, de sentirla correr humedeciendo y empapando mi alma, bodega de semillas y germen que hará brotar y nacer nuevos sueños y nuevas estrellas que lluevan sobre mí.

Me acerco a la montaña y al mar, donde se encuentra el espíritu y la fuerza de nuestra vida, para disfrutar de la maravilla de una mirada tranquila, reposada y plena de preguntas y respuestas que poco a poco van desgranando y acariciando un horizonte más atractivo y vivo para incorporarlo a nuestra vida y hacerlo nuestro, momento a momento y paso a paso. Tanto la montaña como el mar nos proporcionan los mejores sedimentos y la fuerza para acrisolar nuestros momentos de pensamiento y disfrutar de nuestro propio espacio, contacto y encuentro con nuestra alma. Y desde ellos, mar y montaña, miraré la luz de las estrellas esperando su agua reparadora. 

La sequedad se va haciendo día a día más cercana. Los ríos fluyen con menor nivel de agua y la tierra siente sed y se queja, se resquebraja y se siente dolida. Al igual que nuestros sentimientos que van quedando sin jugo, sin sabia, sin apenas expresión por falta de agua. Se secan sin remisión y nadie pone recursos ni aporta agua generosa para que reverdezca el jardín de los sueños. Nos hacemos menos soñadores y más viajeros; buscamos sentir menos y disfrutar más; hablamos más y descuidamos nuestros silencios; discutimos más y comunicamos y compartimos menos; potenciamos nuestro ego y olvidamos nuestro yo sencillo y vibrante; buscamos aguas bravías y olvidamos las aguas tranquilas de nuestro propio y profundo manantial que anegamos. ¿Sabemos lo que queremos y hacia dónde vamos? ¿No ocurrirá que anegamos nuestra alma buscando y queriendo tener y poseer y nos olvidamos de ser y de sentir? 

Carecemos de agua, la malgastamos y la dejamos correr, sin aprovechar su frescura y la vida que origina a su paso si es usada con prudencia. Olvidamos la vida y los sueños y dejamos de regarlos y vivirlos. Dejamos correr la vida y no la surtimos de agua, produciéndose esas grandes roderas secas que todos seguimos como grandes guías de nuestro mundo. No compartimos vida y agua en dulce riego en nuestro interior. Y no disfrutamos ni llevamos a nuestro paso el agua que dulcifica el camino y descubre sus vericuetos y sus fértiles acuíferos donde obtener los mejores sorbos y la mayor frescura para nuestra vital existencia. No nos ocupamos de poner agua a nuestra vida para que perdure y brote plena y nos gastamos y desgastamos queriendo crecer sin profundizar en nuestras raíces jugosas y revitalizadas por el agua. 

El "¡¡Tierra, Tierra!!" de Cristóbal Colón, hoy día hemos de transformarlo en "¡¡Agua, Agua!!". Nos invade la sequedad y buscamos aguas que calmen nuestra sed, pero descuidamos el agua profunda que protege nuestro crecimiento. Nos agobia el calor y buscamos dónde refrescarnos exteriormente, pero seguimos sin remojar nuestro interior y nuestros sueños. Nos encantan los pantanos y su paisaje y descuidamos nuestro pequeño y arcano pozo de los sueños. Necesitamos agua y sin embargo nos vamos dejando desertizar poco a poco. Perdemos espacios de agua y las fuentes que la producen y nos permiten crecer y brotar. Es preciso recuperar gota a gota, cual kibut, la sabia y la vida para hacer florecer el vergel y el oasis que nos hará sentir siempre el verdor del brote primaveral y perenne de nuestra vida.

Deja que el agua caiga de las estrellas, que te empape y te redima del desierto para que nunca encuentres la sequedad como alimento y como destino. Trabaja para que las gotas de sueños resbalen y penetren en tu alma. Ponlas cauce y comprobarás cómo llega el agua a enraizar y hacer crecer con firmeza tu árbol y tu fruto. Sueña, pues es mejor ser iluso y vivir con ilusión, que un tonto realista que no sabe ni desea arriesgarse para vivir su propia ilusión y la floración de los sueños que desembocan en el mar real, calmado o embravecido, donde hay que navegar y disfrutar con la tripulación de la nave y del camino.

Hay que saber navegar como aquel marinerito del bello romance anónimo escrito muchos años hace ya. Es un bello romance, yo diría que sublime, misterioso y sugerente y que, en mi ya lejana juventud, aprendí cuando el arte de leer se hacía con bellas formas y versos como los que quiero en este momento volver a sentir como propios, pues quedaron tan bien grabados que no sólo se grabó el verso, sino que el sentimiento del marinero quedó cincelado en mi corazón de tal modo que hoy otorgo, como él, la canción que siento y canto a quien conmigo decide compartir pisadas, remos, camino y estrellas. 


EL INFANTE ARNALDOS

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el Infante Arnaldos
la mañana de San Juan!

Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas, 
la ejarcia de oro terzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.

Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.

Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.

Respondióle el marinero, 
tal respuesta le fue a dar:
yo no canto mi canción
sino a quien conmigo va.

¡No es bonito disfrutar de una canción compartida, que vives en exclusiva, sólo con quien contigo va! Los ojos que no disfrutan de canciones como ésta no ven cómo las estrellas dejan que su rocío gotee sobre tu alma abierta y las gotas recogidas brillen como luciérnagas en la mejor noche veraniega y así tus ojos reflejen la luz y el brillo del alma que el agua le supo dar. ¡No hay como cantar navegando si compartes remo y vela! Amar no es cantar canciones, sino saberlas conservar con el agua de los sueños, las gotas de las estrellas y los alegres despertares para hacerlos caminar.

No busques sólo llegar, pues el camino se hace de estelas sobre la mar. No hay camino más ingrato que el que se tiene que hacer por rutina y por mandato. ¡Camina con libertad! Descubre que caminar es sembrar y disfrutar de la siembra y de su fruto; es tomar la mano de otro y compartir el sendero; es saber mirar al cielo y contemplar los luceros y estrellas que allí pululan salpicando el firmamento; es saber dejar mojarse por las gotas estrelladas; es poner todo tu empeño en remar sin zozobrar; es saberse detener sin perder el movimiento; es sentirte acompañado, mirando dos muy unidos hacia el mismo horizonte; es no apurar el viaje y saber contemplar la riqueza del camino; es no esperar a enriquecer al final de tu camino, pues el andar te da el regalo de tu viaje; es saber envejecer con sueños y con arribes a los puertos y bahías de tu camino; es reponer tus orzas y velas navegando en la tormenta; es descubrirte y descubrir que dentro de tu alma llevas el placer del sentimiento compartiendo tu canción; es aprender que en la vida sólo valen los momentos que se sueñan y se viven paso a paso, sin dejar para mañana lo mejor de nuestro sueño. Es saber que un día es cada día nada más, sin pasado o futuro que lo enturbie y lo haga perecer. 

¿Has analizado alguna vez cómo se encuentra y cómo conservas tu medio ambiente interior? ¿Cuidas y efectúas un mantenimiento del mismo? ¿Aportas la responsabilidad individual necesaria que respete tu propio ecosistema y a la vez se integre en el mundo exterior y de los otros? ¿Cuidas tus pozos y tus humedales para que vuelen los sueños naturales y reposen y descansen como ave migratoria? Para todo eso, es necesario que dejes que el cielo te empape y las estrellas te colmen con el rocío de sus gotas.

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