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BAILAR TANGO
Es desaparecer en el corazón de una nota musical, 
en un giro calculado, en un paso... y sin herir o cansar a nadie.


Antonio Marín Segovia

Es el baile, el tango una sublime y placentera forma de vencer, de humillar a esa muerte, a ese dolor invisible que nos acompaña en todos nuestros instantes.

Muy cerca de la popular librería París-Valencia hay siempre, soñoliento y apesadumbrado, un viejo músico argentino, de tez muy morena, un músico que toca magistralmente esa herida sangrante y llena de tristeza que es el tango... Tiene el rostro del artista porteño una chispa especial que contagia una fuerza inexplicable; Hay dentro de las notas del tango y de los ojos del músico un código indescifrable que impregna el ambiente, callejero e invernal, de una familiar calidez...

Confieso que no puedo resistirme al encanto especial y feroz que ejerce en mí el tango, esa música tan sumamente aristocrática y a la vez tan brutalmente salvaje y mineral que ha producido Argentina en sabia y dichosa combinación con la "civilizada" Europa, pues Gardel era tan europeo como yo...

Desde pequeño recuerdo la admiración de mi padre por Carlos Gardel, por sus tangos tristes y pendencieros, por la ruidosa y solidaria Argentina de Perón... Y me llena de clara furia, de viva tristeza poder escuchar los tangos cada vez que mis pasos me llevan a mis templos particulares del saber, el arte y la cultura.

También recuerdo como si fuera hoy, la imagen de esa rotunda mujer desnuda adornando uno de los bosques periféricos de mi adorado París, una seductora dama que recibe la última caricia timida de un hombre, de un ser fulminado en un duelo ritual mientras un tango argentino envuelve todas nuestras miradas y despierta nuestro asombro... Esa imagen desgarradora y brutal de "Un perro andaluz", película de Buñuel que yo iba proyectando y destripando en los cineclubs de finales de los 70 y principios de los 80, es la que siempre aparece cada vez que observo a un hombre y una mujer abrazados, fundidos en cada nota musical de tango...

Y es verdad que todo trayecto hacia París-Valencia me regala un tango, un trozo de tristeza manchada de ese cotidiano e impuro misterio que supone sentirse todo y nada en los brazos de otro. Bailar es desaparecer en el corazón de una nota musical, en un giro calculado, en un paso... y sin herir o cansar a nadie.

Sin duda alguna es el baile una forma singular de vencer, de humillar a esa muerte, a ese dolor invisible que nos acompaña en todos nuestros instantes. Por eso el tango es la única música, la única triste herida que puede detener nuestro tiempo y evitar la muerte y las miserias de la eternidad.

Es muy probable que Marlon Brando baile un último tango en París-Valencia, enseñando su enorme y blanco trasero ante el estupor y aburrimiento de unas ancianos venerables mientras yo camino, con una sonrisa picara y dichosa, a la par que contemplo y saboreo el atardecer por las calles modernistas y marítimas de mi Valencia natal, presto a encontrar las primeras ediciones de los cuentos de un joven y desconocido Julio Cortázar a un precio de risa: "Todo a 1 euro". Seguro que la eternidad cuesta mucho menos dinero y sabe igual que un beso inesperado y libre de los olores obscenos de la muerte.

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