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AVISO CLASIFICADO

Sara Becker

 


- Buenas tardes, vengo por el aviso.
-¿Qué aviso?-preguntó una voz impersonal desde el anonimato del portero eléctrico.
- El aviso que está publicado en los clasificados del diario- respondió Rosalía.
- Debe haber un error, señorita. Yo no puse ningún aviso-
- Señor, estoy buscando trabajo. Tengo el suplemento de clasificados en la mano. Aquí dice muy claramente: "Se solicita Sra. o Srita. de 28 a 40 años para dama de compañía. Buen nivel cultural. Para atención de un señor mayor. Salario a convenir"-
-Yo no puse ningún aviso. No soy un señor tan mayor. No digo que no necesito una dama de compañía, porque...bueno, no importa el motivo. En fin, esto es un error, evidentemente. Pero espere, ya salgo para atenderla personalmente-
- Está bien, señor, aquí lo aguardo-

Lucía esperó pacientemente durante algunos minutos. No sabía en realidad si quedarse o no. Pensaba para sus adentros "Si no puso el aviso ¿para qué viene? Si en una de ésas me dice que pase ¿Qué hago? Si no es un señor mayor ¿No estoy expuesta a una situación desagradable?"

Miró fijamente la entrada de la casa. La puerta de madera, con esos adornos torneados que no le resultaban desconocidos. El escudo sobre la puerta...

De pronto la puerta se abrió. Frente a ella había un hombre canoso y de mediana estatura que, apoyándose en un bastón, la miraba fijamente. Devolvió la mirada.

-¿Usted es quien tocó el timbre por un aviso clasificado?- preguntó el hombre.
- Sí, señor. Soy yo.
-¿Cómo se llama?-
- Lucía, pero si todo esto es un error, disculpe la molestia-dijo, preparándose para irse.
- No se preocupe, señorita, mi hijo debe haber puesto ese aviso. Siempre anda preocupado porque vivo solo, en esta enorme casa de la que no quiero mudarme. Le dije muchas veces que la soledad no me pesa, que no quiero irme de aquí, que estoy bien. Pero a él lo preocupa el hecho de que con mi poca salud, no tenga a quien pedirle nada-
- Mire, señor. Si usted me deja un teléfono y yo hoy no consigo trabajo, lo llamo más tarde o mañana. Mientras tanto usted le pregunta a él y...bueno...vuelvo y hablamos del tema...¿le parece bien?-
- No, Lucía, no me parece bien. Usted ya vino hasta aquí, mi hijo debe haber puesto ese aviso y no es la primera vez que lo hace. Supongo que no me dijo nada para evitar otra discusión. Como es usted la primera persona que viene la invito a pasar y a que hablemos acerca del puesto.
Lucía se puso tensa y dudó. Sintió que le temblaban las rodillas y que se le humedecían las manos. Con un nudo en la garganta asintió con la cabeza.

Ingresaron. La sorprendió el lujo que la rodeaba: Paredes cubiertas en madera, con finos apliques de luz en estilo inglés. Un dressoir con un gran espejo encima de él. Lustrosos y bien conservados pisos de roble, cuyas maderas formaban un dibujo simétrico. Una puerta corrediza con delicado vitreaux, abierta, que comunicaba con el living donde había finos sillones de cuero sobre una alfombra persa. En el centro, frente a ellos, una mesita baja con fino cristal biselado y algunos adornos sobre ella. Contra una de las paredes un mueble bajo con bellas lámparas de mármol y bronce. Al fondo, una mesa con sillas. Más atrás, un amplio ventanal que permitía ver un muy cuidado espacio verde con árboles y flores.

El hombre la invitó a sentarse en uno de los sillones. Lucía lo hizo y el hombre se ubicó en otro, a un costado, mientras la observaba con curiosidad. 

Comenzó la entrevista con las preguntas habituales: 
-¿Cuantos años tiene, Lucía?
- 32, señor.
-¿Su estado civil?
- Soltera, señor.
-¿Tiene familia aquí en la Capital?
- No, señor. Vine de mi provincia hace algunos años. Trabajaba como empleada doméstica en una casa de familia, pero iba por las tardecitas a una escuela. Así fue como terminé la primaria y luego la secundaria. Después estudié inglés. Y entonces dejé ese trabajo, a pesar de que la señora era amorosa, y tenía casa y comida. Quiero progresar. 
- Claro, claro- contestó él. - Mire, Lucía, cuando dice "buen nivel cultural", se pretende a una persona que sepa algo más que inglés y que haya terminado una secundaria. Uno quiere a alguien que tenga cultura, lector frecuente, que pueda mantener una conversación acerca de arte, política, música. En fin, sobre diversos temas.
- Señor, siempre me ha gustado la lectura. En mi días libres iba a los museos y exposiciones. No crea que soy ignorante- replicó Lucía, poniéndose a la defensiva.
- No se ofenda, Lucía. No quise decir que no fuese culta. Solamente quería aclararle que quien ocupe un puesto de dama de compañía tiene que poder mantener fluida conversación conmigo. No soy afecto a la televisión. Leo los diarios para mantenerme actualizado. Sigo mis negocios a través de ellos, aunque sea mi hijo quien administra. Fui, soy y seré el director de la empresa familiar. Es un cargo que él heredará a mi muerte. Pero para eso falta bastante, espero- y lanzó una breve carcajada.
-Ay!, señor, no piense en esas cosas. Yo no creo que usted tenga que tener ideas tan negativas. Mi mamá decía siempre que todo está en manos de Dios. Que nadie se muere antes de la hora señalada-
- Ejem -carraspeó el dueño de casa, como dando fin a esa parte de la conversación-. Le cuento las condiciones de trabajo: De lunes a viernes todo el día. Sábados medio día. Luego es libre de hacer lo que quiera. Por supuesto, necesito que usted viva aquí. No hará tareas domésticas, ni tampoco cocinará. Su único trabajo es hacerme compañía, leer en voz alta algún libro y traerme algún café o refresco si se lo pido. En esta enorme casa hay una habitación con baño privado, que será el lugar donde usted vivirá. En cuanto a la remuneración, si usted está de acuerdo, es de $ 1.000.- mensuales.

Lucía lo miraba atónita. No lo podía creer. ¡Semejante cantidad de dinero libre de todo tipo de gastos! Adiós a la pensión, al gasto en viajes, a un baño compartido.
-Estoy de acuerdo, señor. ¿Cuándo comienzo?
- ¿Le parece bien mañana? Lucía, antes de que se vaya, le quiero mostrar la casa y su cuarto-
Se pusieron de pie, y la condujo por un pasillo al que desembocaban varias puertas . Le mostró la habitación que él ocupaba. Contigua a ella, había un aposento alfombrado, con un gran escritorio, un sillón y una biblioteca que abarcaba toda la pared. 
Lucía miró fijamente el escritorio tan oscuro y brilloso. Miró el piso y fue cuando recordó que sobre una alfombra como esa ella saltaba de niña. De pronto todo fue tomando entidad en sus recuerdos. Todo se fue ubicando y la luz se hizo en su mente.
Se dio vuelta rápidamente y preguntó:
-¿Dónde está ese pisapapeles que estaba siempre sobre la esquina izquierda del escritorio? ¿Pudo tapar la marca del cuchillo en la tapa? ¿Ésa que hizo usted cuando se enojó con Pasquale y le clavó la punta en la mano derecha, Don? ¿No fue cuando él intentó defender a mamá?-

El hombre se puso muy pálido. Se sentó en el sillón porque perdió estabilidad. Con voz temblorosa preguntó:
-¿Ud. quién es? ¿Cuándo ha estado en esta casa? ¿Cómo sabe tanto? ¿Quién la manda?
- No me envía nadie -replicó Lucía- Soy un recuerdo del pasado...una voz de la memoria...No me ha reconocido, veo. ¡Raro! Soy parecida a mamá, pero dicen que tengo rasgos de mi padre. Pero supongo que el paso de los años borra recuerdos, más cuando son intrascendentes....¿verdad?

Y con gesto y mirada triste se dirigió a la puerta. Miró la habitación por última vez y salió de la casa.

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