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LA CIUDAD INSISTENTE

Carlos Yusti

"También las ciudades creen que son obra de la mente o del azar, 
pero ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros." 
Italino Calvino, Las ciudades invisibles.

Las ciudades de pronto, una mañana cualquiera, amanecen convertidas en animales monstruosos. Jamás permanecen quietas y constantemente sufren metamorfosis, alteraciones y mudanzas. Ciudad Guayana, la cual engloba a San Félix y Puerto Ordaz, no es la excepción y aunque su historia es de reciente data, en comparación con otras ciudades del país, no se ha librado de ese fenómeno de mutaciones sucesivas y cambios súbitos.

Todas las ciudades poseen una historia oficial y una historia secreta, algunas veces bituminosa y en ocasiones sórdida. Estas dos caras en Ciudad Guayana son perfectamente reconocibles. La historia oficial registra las peripecias de la ciudad y sus múltiples fundaciones. Así tenemos la efectuada por el conquistador español, oriundo de Berja, Antonio de Berrío y que el famoso pirata Raleigh destruyó. Al cabo de tres años Berrío la funda de nuevo en una ensenada. Sus mismos pobladores y fundadores le prenden fuego para que no sea conquistada por otro pirata, Adrien Janz. Después Luis Monsalve en 1632 la edifica de nuevo para ser destruida por ataques indios guiados por filibusteros holandeses. 

Se le han contabilizado a Ciudad Guayana alrededor de siete fundaciones en un afán de sus usufructuarios por dejar una huella histórica perfectamente reconocible. Lo escrito por Diana Gámez es de una exactitud meridiana: "Intensa, contradictoria y al parecer siempre apetecible Guayana, ha despertado complejos adánicos en los hombres que la han poseído, pues todos quisieron que la historia empezara con y a partir de ellos". Todo ese ciclo de fundaciones le proporciona una cualidad de espejismo, de fuego fatuo; de ciudad terca e insistente que parece regodearse en sus construcción y destrucción, para signada a trasformarse siempre.

La otra historia, esa escrita en letra menuda por sus habitantes de a pie, muchas veces no tiene nada épico ni edificante. La gente se preocupa por vivir en las ciudades más que pensarlas o sentirlas. Muchos se dejan las entrañas en cada intersticio de mugre y dolor, en cada sueño roto, en cada amor y desamor, pero muy pocos se entregan a la tarea de mitologizarla, de descubrirle sus metáforas, su inigualable música más allá del ruido de la cotidianidad. 

Idealizar la ciudad es asunto de unos pocos. La literatura ha edificado extraordinarias ciudades. La imaginación de los primeros pobladores de nuestro país edificó una ciudad con columnas y bloques de oro puro. También suelen ser las ciudades pasto de la sociología. A veces los semiólogos donde otros ven calles, avenidas, vallas y plazas sólo atinan a ver la ciudad como un discurso y lo escrito por Italino Calvino es más que ilustrativo: "…no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe. Y sin embargo, entre la una y el otro hay una relación. Si te describo Olivia, ciudad rica en productos y beneficios, para significar su prosperidad no tengo otro medio sino hablar de palacios de filigrana y cojines con flecos en Los antepechos de los ajimeces; más allá de la reja de un patio, una girándula de surtidores riega un prado donde un pavo real blanco hace la rueda. Pero con este discurso tu comprendes en seguida que Olivia está envuelta en una nube de hollín y de pringue que se pega a las paredes de las casas; que en la red de vías los remolques, en sus maniobras, aplastan a los peatones contra los muros.(…) que para hablar de Olivia no podría pronunciar otro discurso. Si hubiera verdaderamente una Olivia de ajimeces y pavos reales, de talabarteros y tejedores de alfombras y canoas y estuarios, sería un mísero agujero negro de moscas, y para describírtelo tendría que recurrir a las metáforas del hollín, del chirriar de las ruedas, de los gestos repetidos, de los sarcasmos. La mentira no está en las palabras, está en las cosas."


Ciudad Guayana para mí a veces tiene más de mentira que de hecho probable, posee un tufo surreal con sus paisajes imponentes a la vuelta de la esquina, con sus atardeceres de sangre llameante y con esos ríos (Orinoco y Caroní) inquietos donde naufragan los reflejos de la luna y que se encuentran, pero jamás llegan a mezclarse.

Ciudad Guayana es la confluencia de muchas asimetrías: Puerto Ordaz y San Félix más que conjugarse para hacer una sola ciudad parece que cada día se alejan más una de la otra. Los cambios que se operan en ambas ciudades son vertiginosos y uno parece quedarse rezagado. 

Me considero un animal urbano por excelencia y Ciudad Guayana es una madriguera ideal. Escribir sobre ella es intentar fijar más que un discurso una pasión. He amado a buen número de sus mujeres, he viajado por el carrusel de su sexo nocturno, he canibalizado sus recovecos, esos sitios oscuros donde la vida no vale nada y donde el amor a cuentagotas tiene su tarifa establecida. Me he inyectado de sus paisajes, sus atardeceres han dejado un vaho en mi alma y sus ríos son la memoria fluvial que guarda todos los secretos. Me he amoldado a Ciudad Guayana con cierta esquiva resistencia. Italo Calvino escribió un libro de ciudades inexistentes, de ciudades invisibles y de seguro se olvidó incluirla. 

Uno aspira que la ciudad (cualquier ciudad) le duela menos, que deje de ser una mentira de metros cuadrados, una mentira de asfalto y concreto armado. Uno aspira un destino similar para Ciudad Guayana: que deje de ser real y se haga invisible en las páginas de un libro. Que se torne sutil como la caricia de una mujer, de un sueño que llega o de una flor que se abre. 

Lo que mantiene en pie una ciudad podría ser la pasión con la cual la ciudad vive en nosotros. Cuando cambiamos una ciudad por otra lo que en realidad buscamos es reavivar una pasión marchita que es incapaz de edificar nada, lo que buscamos con fervor es que esa nueva ciudad que nos acoge viva en nosotros con todos los nervios hasta encender/encontrar esa pasión apagada (o perdida) que alguna vez nos permitió avizorar lo imposible.

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