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ESCRITORES Y POLITICOS INDEPENDIENTES

Francisco Arias Solis

 

"Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso, y cautivo,
doy a los cirujanos."

Miguel Hernández.


LA TORTUGA INDEPENDIENTE

En un antiguo repertorio de valses y galopes favoritos "cuidadosamente adaptados para clarinete" figura este estupendo título "La tortuga independiente" que nos invita a reflexionar sobre un tema de plena actualidad.

Los nombres no hacen las cosas, es cierto. Pero las pueden deshacer. Este es un nombre, un título, que nos entra agudamente por el oído como la voz misma del clarinete que la expresa. "La fe es por el oído", dijo el apóstol. Oído a la caja, sobre todo a la caja de truenos. Oído al parche. Oído al clarinete.

El escritor se diferencia del político, o se debe diferenciar, en que habla para que se le oiga y escucha lo que se le dice. Se diferencia por una palabra, o en una palabra, por la palabra. El escritor es más auditivo que visual. El político ve venir las cosas, mientras que el escritor las oye. Por eso los políticos pecan generalmente por falta de vista, y el escritor por falta de oído. La escrutadora mirada del horizonte ciega a corta distancia. Y surge el lazarillo picaresco: el guía que engaña y hace tropezar. "Quien más mira menos ve", dice un viejo refrán español. El famoso Huxley, aconseja que la mirada no debe fijarse nunca en un solo punto. Pues se puede llegar a fuerza de tanto mirar a no ver nada. 

El escritor oye, escucha, atento hasta el rumor más leve. Por la palabra, por el nombre, que hizo para él coincidir la cosa con su pensamiento, percibe la realidad el escritor. La realidad es cosa y nombre diferente para el político que para el escritor. Cuando el escritor dice que la historia, la realidad viva y verdadera de la historia, es una destilación de rumores, el político no comprende.

Por esto, el rumor público es siempre la piedra de toque para el escritor. De toque sonoro, aviso o llamada de clarín, solo de clarinete. La voz popular, la voz divina, "cuidadosamente adaptada para el clarinete". Y el político desconfía. Como si sonase la trompeta de un juicio final. 

El escritor entiende el movimiento vivo de la historia como esa marejada constante de los pueblos, que el poeta llama "ese grande y terrible mar". El político se cree entenderla de otro modo, pues para él se hizo el adagio pragmatista de que lo "necesario es navegar". Y el "¡Sálvese el que pueda!. El escritor se "arriesga" siempre para que el político "pase la mar". Mas el escritor y el político, cuando los dos son de veras, coinciden en esto precisamente: en depender del mar, de la vida y la muerte, del tiempo, que hace y deshace su propio ser; del pueblo; de la historia.

Sin embargo, la tortuga es independiente. Independiente del tiempo y del espacio. La tortuga es independiente de todo, menos de su propio corazón. El escritor y el político, independientes como la tortuga, se hacen, sin saberlo, como la tortuga, dependientes de su caparazón. Uno y otro se escudan en su independencia, es decir, se esconden en su caparazón. El caparazón es la máscara de su independencia. 

Pero esto no es lo peor. Lo peor es cuando el escritor o político atortugado, el hombre tortuga en una palabra, asoma su tímida cabeza para ver y oír cómo marcha el mundo, cómo anda el mundo, cómo pasan las cosas. Porque es indudable que las cosas no pasan lo mismo para un hombre tortuga, que para los demás. Y así anda el mundo, así pasan las cosas de muy diverso modo aparente para el hombre tortuga, hombre caparazón, que para cualquier hombre libre.

Tartufo fue tortuga, como el secretario florentino, el maestro visual de la superficialidad política más atortugada, el sordomudo del pensamiento: Maquiavelo. En cambio Rousseau, el auditivo, el más profundo pensador, escritor político conocido, -y aún no reconocido en la actualidad- fue hombre libre hasta enfermar de serlo. "Nunca he creído -decía Rousseau- que la libertad del hombre consista en poder hace lo que quiera, sino en no tener que hacer lo que no quiere".

Después de ver, oír y hablar de cómo anda el mundo; de cómo andan las cosas, de cómo van y vienen, de las cosas que pasan, después de haber hablado del hombre tortuga y del hombre libre, de todo lo divino y lo humano; un eco de palabras divinas, un sonoro murmullo, llega a nuestros oídos, apenas perceptiblemente, pero lo bastante para que lo entendamos: "Libertad, querida libertad..."

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