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GUILLERMO CABRERA INFANTE 
O EL MILAGRO

Carlos Yusti


Mi desconfianza por homenajes y premios literarios es absoluta. El premio Cervantes, pese a su indiscutible importancia, ha despertado en mi alguna bien fundada suspicacia. Por ejemplo a Camilo José Cela le otorgaron dicho premio cuando ya no era necesario debido a que ya había recibido el premio Nóbel de literatura. O sea, que el premio Cervantes se ha prestado para hacer evidente la ceguera académica, para dejar al descubierto que en el mundo de las letras españolas la envidia sigue tan campante como en los tiempos del autor del Quijote, quien a lo largo de su vida se hizo de un buen número de enemigos quienes por envidia le negaron cualquier talento a la hora de escribir. No obstante el premio Cervantes ha intentado mantenerse en pie por encima de todas las debilidades humanas a saber quizá porque en medio del boato cultural, el prestigio y la pompa social que el premio mueve se encuentra el castellano. El Cervantes más que premiar a un determinado escritor busca ensalzar la vitalidad de un idioma que parece signado a crecer y a enriquecerse / enriquecernos cada día más.
Un de los mejores autores que lo ha obtenido fue el cubano Guillermo Cabrera Infante. Escritor que convierte la escritura en un escenario para el juego, en un territorio en el cual se exploran todas las posibilidades del lenguaje, todas las maromas poéticas y humorísticas de las palabras. Escritura sin otro norte que expandir las posibilidades del idioma como hecho comunicacional heterodoxo.
Una de las primeras novelas de Cabrera Infante, Tres Tristes Tigres, condensa, de alguna manera, su singular estilo a la hora de narrar o como escribe Julio Ortega: "Entre el snobismo y la vulgaridad, lo teatral y la angustia, y también mediante el lujo de la cultura, esta novela va revelando un mundo de apariencias convertidas en leyes del juego, un mundo inmediato de sensaciones y mediato en las palabras, un intenso y desaforado espacio y tiempo que es La Habana atacada por el verbo oral, las noches de La Habana recorrida por la duración fervorosa de la palabra. Cabrera Infante es aquí una suerte de Borges sacudido por la risa y el calor". Jugar con invectivas singulares y dentro de una atmósfera seria y pausada parece que fue el camino que Borges se trazó en su obra. Jugar con las palabras, con sus inusitadas combinaciones metafóricas parece ser el lindero de la obra de Cabrera Infante. Todo lo profundo e inmortal lo expresa desde la risa y pedestre sin perder en ningún momento la garra febril del lenguaje como un juego sin matices, pero desde lo creativo y picaresco.
La novela Tres Tristes Tigres, según cuenta el mismo autor, sufrió un extenuante periplo de recortes y censuras. Luego que la novela ganó el premio Biblioteca Breve Seix Barral, la censura española la prohibió en su totalidad antes de ser publicada. Carlos Barral, editor y poeta para ese entonces, le propuso al escritor el único recurso posible: rescribir el libro, cambiar el titulo (originalmente se titulaba "Vista del amanecer en el trópico") y presentarla de nuevo a censura. La publicación se haría en México confiando en el mar y el olvido de los censores. Cabrera Infante volvió a escribir fragmentos completos y eliminó capítulos enteros. La novela se publicó al fin, lo único desagradable era que el censor también le había hecho algunos ajustes. No sin razón Cabrera Infante escribió muchos años después: "¡Ah mi querido censor! Cuánto me habría gustado conocerlo, usted que es mi hermano, mi semejante, mi hipócrita lector. Después de todo, los dos hemos escrito el mismo libro". Tres Tristes Tigres se siguió publicando con sus "correcciones" "censuales", como las llama el propio Infante, hasta el año 91 en la que Biblioteca Ayacucho la edita íntegra. Con respecto a la censura que sufrió la novela Cabrera Infante ha escrito: "Mi censor tenia una magnifica obsesión. ¿O eran dos objeciones de una misma zona carnal? Cada vez que yo ponía tetas palabra aceptada por la Academia y su diccionario ("pezón del pecho"), mi obseso censor la eliminaba y ponía senos, con los que daba sinusitis a mis hermanas turgentes. A veces, cuando las tetas eran prominentes o deletéreas a un personaje las sustituía por puntos suspensivos. Las tetas originales (y a veces virginales) se hacían alarde tipográfico, los puntos suspensivos convertidos en suspenso. ¿Ve usted los pezones del pecho debajo de estos puntos? ¿Los ve? No los ve. Las tetas a la linterna. En su sana obsesión el censor llegó a suprimir pasajes enteros en un bosque carnal y en una ocasión fueron veinte líneas seguidas que ahora hacían del párrafo un escándalo narrativo. ¿De qué constaría la porción? J'ecoute. De tetas, ¿de qué iba a ir? La censura se hizo censura, cirugía nada estética. Es tetica".
Guillermo Cabrera Infante aparte de ensayista, novelista y cuentista ha ejercido de crítico cinematográfico. En esta faceta de acucioso observador de películas ha escrito unos libros tremendistas y encantadores como "Arcadia Todas las Noches", "Un oficio del Siglo XX" y "Cine o Sardina". En sus críticas cinematográficas tampoco falta el humor, los giros de frases y palabras. Recuerdo siempre la crítica que realizó a la película "Moby Dick" de Houston, donde escribe que Gregory Peck se parece más al presidente Abraham Lincoln que al capitán Hadd. En sus críticas hay un juego lúcido que mezcla observación, historia del cine y recuerdos, todo en una muy bien orquestado estilo: "Una vez Alfred Hitchcock acuñó una frase que era digna de Ford (el director que se presentaba a si mismo diciendo "Mi nombre es Jack Ford y hago westerns"), esa frase de Westerns fue "Los actores son ganado". Observen, por favor que Hitchcock no dijo "Las actrices no son ganado". Sin embargo consideraba a la memorable Kim Novak una vaca, sin duda porque la Novak más que una estatua es un busto."
El discurso de Cabrera Infante al momento de recibir el premio, más que memorable y pretencioso fue un sencillo elogio a Cervantes escritor. Para armar su discurso se inventa una cena con Cervantes y durante unos diez minutos habla con el insigne autor. Dialogan sobre libros, música, etc. Para eso sirven los premios: sentarse a la mesa con los grandes de la literatura universal sin tanta envidia, sin tanto boato, sin tanta academia y sin tanto formalismo cultural. Luego dicen que los clásicos ya no se leen, no sé si eso será cierto lo que sé es que sólo unos pocos se sientan a la mesa con un clásico y charlan a las mil maravillas.
Ahora que ha muerto uno sabe que el idioma castellano ganó con su escritura. Sus malabares con las palabras vivificaban la prosa escrita, le proporcionaban a la literatura un toque milagroso, risueño e irónico a pesar de castroenteritis que lo aquejó por años y le hizo morir exilio.

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