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MANUEL CARRERA, LA ABSTRACCION ELEGANTE

Joan Lluís Montané(*)

 


Manuel Carrera es un escultor emblemático, porque su obra constituye un culto a la forma, una dedicación a la belleza de lo inusual, a la esencialidad de los materiales. 
Su creación es abstracta, geométrica, expresiva, basada en la finura de la esencia y en la sensualidad de los materiales. El resultado final presenta texturas sugerentes, exhibiendo superficies pulidas, buscando la brillantez, la singularidad sensible, delicada, el tacto preciso, energético y libre. 
Abstracto, se inspira en las fuentes de la naturaleza, trabajando las propiedades de los materiales, respetándolos, concentrándose en su esencia, buceando en su interior para proponer su culto elegante, su admiración sin restricciones. Descubre que el interior es sutil, austero, coherente, porque forma parte de lo exterior, formando un todo, en el que no hay engaños.
Parte del trabajo de las piedras calizas, serpentina y toda la gama de piedra dura: Cuarzo, jaspe, ágata y otras. Es meticuloso, empleando el tiempo que sea necesario, superando condicionantes técnicos, porque su trabajo de investigación es muy extenso y abarca muchos compromisos plásticos. 
Es un gran amante de las piedras, de las formaciones minerales de la naturaleza. Cualquier roca del campo despierta su interés. Visita almacenes de minerales, desde Tailandia a Australia, pasando por Brasil. Las piedras almacenan propiedades, tienen energía propia y Manuel descubre las más adecuadas, sabiendo emplearlas con intención. 

La importancia del color

En su creación escultórica es muy importante el color, que incorpora con elegancia, dentro de unos parámetros muy especiales, dado que procura que no distorsione y que tenga su sitio dentro del organigrama compositivo, en línea con el movimiento y la dinámica de la traslación. 
Como su mundo ha sido siempre la joyería y la orfebrería, habiéndose convertido en un profundo admirador de las gemas, la búsqueda del color se ha convertido en habitual en su investigación en escultura. El mundo de las gemas no tiene sitio en la escultura, pero sí en el arco iris de la fantasía de su aura. 
Su conocimiento del color es extenso, amplio y lo aplica siempre, como un sello, dado que el cromatismo es la base de la expresividad de su producción escultórica.

La forma como concepto

Indaga en los prolegómenos de las estructuras, en la profundidad de la forma, que es abstracta, en algunas de sus obras, mientras que en otras es geométrica. También posee esculturas que aluden a las formas de objetos: Copas y configuraciones aerodinámicas que recuerdan al Nautilos por su belleza estructural, elaborándolas en tamaños desorbitados, de grandes proporciones, transformándolas en auténticas esculturas no icónicas, debido, precisamente, a sus notables dimensiones. De ahí que todo tenga una manera de proceder, especialmente envolvente en el ámbito simbólico, porque las copas o el Nautilos, se convierten en titanes, colosos que van más allá de su propia descripción, de sus límites físicos, de sus condicionantes más sugerentes, en el sentido de constituirse en obras puntuales, que forman parte de su contribución a la escultura mundial. Y ello es así porque trabaja los materiales, -cuarcita, cuarzo, pizarra negra o mármol de Calatorao-, con precisión, buscando la exageración de estructuras, para conseguir resultados fantásticos, en el sentido de inocular a su manera de trabajar una energía especial que hace que pueda presentar las piezas con determinación, sin ataduras, sin prolegómenos, sin cercenar parte de su auténtica fortaleza. Y, a la vez, muestra piezas elaboradas y sutiles, sensuales y sensibles, de tacto atractivo y sugerente. No hay brutalidad compositiva, sino una extraña simbiosis de atracción y misterio, presentando un cierto culto al misterio inherente a las propias esculturas de piedra. Es respetuoso con su esencia, rindiéndole un culto discreto, convirtiendo a las formas y al propio material en concepto.

El vacío

Tiene una clara obsesión por hallar el vacío, constatar el hueco, indagar en las entrañas de las piedras, en las interioridades de sus esculturas, para buscar el espacio, la antítesis de la materia, la formulación de la esencia, que no es cuantificable, que no es medible, pero que, por contraposición, se puede calcular y calibrar. 
Descubre la dialéctica de la controversia, en el sentido de sustentar su discurso principal en la manera con que aborda el culto a la idiosincrasia de no lo existente. Para que exista el vacío debe haber materia, esencia, concreción matérica, para luego iniciar el proceso de indagación de lo no visible, a partir de las huellas que deja en la propia materialidad de lo concreto. Es un buscador del equilibrio, exponente de la filosofía oriental, del ying y del yang, ya que está claro que, sin coherencia, no hay discurso plástico. De ahí que su escultura posea notable volumen, predisposición a dialogar con la biología, dentro de una clara contundencia y expresividad, con el discurso de la abstracción a partir de la ausencia de iconismos. 
Estudia el vacío como filosofía, como parte incuestionable de la propia materia, que define el espacio, que supone el inicio de una nueva manera de entender la materialidad. De la ausencia, presencia, del espacio, aire, virtualidad y sentimiento de existencia. 

Dinamismo y movimiento

Su obra escultórica destaca por su gestualidad y culto al movimiento, incluso aquellas piezas que, por su tamaño y estructura no tienen una clara dinamicidad, la forma de pulir las texturas, la preponderancia de las curvas, de los cantos y ángulos redondeados, expresan una sensación estructural ágil, en el sentido de potenciar una escultura caracterizada por su libertad de esencias y conformaciones. De ahí que su obra tenga un cierto halo mágico, producto de la emblematicidad. Ello origina que la energía circule, la simbología de la espiral esté presente incluso en aquellas formas más claramente rectilíneas y geométricas. 
El ángulo y la línea, el diálogo entre el dinamismo y la idea de movimiento esencial predominan. Todo es previsible y a la vez resulta un misterio en su escultura. Sus barcas, embarcaciones que navegan al más allá, son alargadas, suponen un claro culto a la idea de viaje, de traslación, aspecto que entronca con su vocación de viajero empedernido, debido a que su obra se encuentra diseminada en los cinco continentes: Sudáfrica, Taiwán, Japón, Estados Unidos, América del Sur, Oriente Medio, Europa Occidental, Rusia y Australia. Sus grandes copas, enormes, sugieren un clímax formal, de enormes consecuencias, dado que son auténticas obras que vibran energéticamente, mostrando su propensión al glamour, exhibiendo una extraña estética que, sin embargo, es coherente con la formulación de la propia esencia. Las grandes copas, no dejan de ser copas, pero es su volumen y el trabajo de las texturas, además del color, lo que les da este aspecto mágico, fantasioso, enorme y feliz. 

De la tensión y lo expresivo

Busca desestructurar la realidad. De hecho es un deconstructor expresionista, que es capaz de reinventar el expresionismo a partir de algo tan simple como respetar los materiales, introduciéndoles una dialéctica plástica calculada. Está claro que define, que configura y elabora un decálogo de intervención del material, profundizando en la manera de afrontar su propia idiosincrasia, la esencialidad de lo natural, el respeto a las propias características del mismo. Es la forma con que selecciona la obra, eliminando aquellos materiales que no poseen fuerza en sí mismos, que no pueden dar de sí, lo que determina su concepto. 
En escultura Manuel Carrera selecciona y esta actitud es la que le permite reelaborar una nueva teoría expresionista, que, posee dos ramificaciones fundamentales: Abstracta y figurativa. La línea expresionista abstracta respeta el material, indaga en la propia esencia de la naturaleza, para pulir lo necesario, pero preservando la propia orografía de sus texturas. En otro orden de circunstancias, la línea expresionista figurativa, formada por los objetos deconstruídos y agrandados, por sus referencias a las copas, cuencos y barcas, utensilios de un Dios mayor y de un ser que viaja a través del Océano, desestructurando las formas, consolida un nuevo lenguaje en el que la realidad cambia. Aparece la idea de la tensión, especialmente en aquellas esculturas de formas geométricas, colgadas del techo, rectangulares, que parecen balancearse de manera constante pero que, en realidad, se encuentran en pleno trance. La representación de la tensión del material no le impide que presente una obra, anclada en el techo, que oscila en el aire, que está mecida por los hilos que la sustentan. De ahí que esta actitud demuestre que todo está sujeto al dinamismo que permite una transformación constante a pesar de la existencia de la tensión, superando sus limitaciones, indagando más allá de lo circunstancial. También expresa la idea de la suavidad sensorial, de la inexistencia de prolegómenos que coarten un discurso libre, efervescente, porque lo más importante es que las formas transiten solas, se deslicen, mostrando su propia idiosincrasia, sin limitaciones de espacio y tiempo. 
Manuel Carrera, artista universal, junto con su equipo, ha conseguido situar obra en el Museo del Kremlin y en otros importantes museos y fundaciones del planeta. 
Es un creador que ha logrado crear un nuevo sello en la escultura mundial, basado en el respeto de lo conocido y en una imaginación desbordante capaz de reconducir y crear un innovador lenguaje universal, caracterizado por su elegancia y el culto a los materiales que son quienes definen su actitud imaginativa ante lo desconocido, para transformar lo que observa o imagina en una auténtica obra de arte.

(*)De la Asociación Internacional de Críticos de Arte 

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