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EL XXIV SALÓN MUNICIPAL DE PINTURA: 
LA REIVINDICACIÓN DE BODEGONES, NATURALEZAS MUERTAS, 
FLORES Y DESNUDOS

Willy Aranguren *

 

Una mirada a la edición número 24 de este Salón Municipal de Arte, llevada a cabo por la Alcaldía de Girardot, Maracay, Estado Aragua, implica afirmar que realmente en Venezuela hay “arte para rato” y que existe una constante renovación,  “descubrimientos”; o también desconocimientos por parte de críticos, investigadores, museólogos, personas ligadas o no al arte de nuestro país. Lo que quiere decir que un evento como éste se justifica, a todas luces y que debe reconocerse el esfuerzo en cuanto a la continuidad, permanencia, empeño en su realización, desde 1980 hasta nuestros días, cuando se aproximan los primeros 25 años, edición que debería única, paradigmática para el arte nacional, proclive a la reflexión, a las publicaciones, más allá de las circunstancias domésticas, impregnadas del hálito de lo cotidiano que no trasciende.

La realización de un Salón temático como éste, no coarta las posibilidades de creación de nuestros artistas, por lo contrario, renueva ideas, plantea retos que han sido permanentes en la historia. Implica volver a las raíces y concentrarse en la necesidad y la grandeza del oficio de pintar en tanto hecho o proceso alquímico, de búsquedas y de relación con los elementos primogénitos. Resalta el hecho de lo tradicional, para cambiarlo, para verlo con otros ojos y otras miradas; está permanente la innovación, como obra de nuestros tiempos; es decir cohabitan estas temáticas con la contemporaneidad y deja muy mal parada a la idea que sólo el paisaje o el paisajismo es quien ha reinado, o es el merecedor de la atemporalidad en Venezuela.  Deducimos que resulta falso manifestar la muerte del arte de caballete y que sólo tendría cabida una supuesta contemporaneidad donde lo efímero, lo conceptual, lo virtual sólo son dignos del arte universal. Estas temáticas han soportado el cambio de los tiempos y se mantienen por cuanto resultan ser acercamientos primogénitos, primarios, como los pudo tener  un artista anónimo egipcio, Leonardo Da Vinci, Reverón, Botero, Mario Abreu o Alejandro Otero, con sus famosas “cafeteras” pintadas hacia 1949.


    Nelson Prieto, Alcalde de la ciudad de Maracay y Willy Aranguren
Los artistas, en la soledad de sus talleres, de sus sitios para crear, alejados de mundanales ruidos, han aceptado este reto del Salón y siguen enamorados del objeto,  de la naturaleza muerta, del desnudo femenino, de las flores, del bodegón, para dar cabida a la idea de que, a partir de ellos, de estas temáticas, puede reivindicarse el arte, sus técnicas, sus elementos, sus objetos, sus situaciones. Y este Salón aglutina una buena parte del arte que se hace en los estados, en el interior del país y de la capital, pues no en balde han enviado artistas de 16 estados, de ciudades del interior y de Caracas, tales como Aragua, Mérida, La Guaira, Lara, Monagas, Táchira, Miranda, Carabobo, Nueva Esparta, Portuguesa, Trujillo, Cojedes, Bolívar, Apure, para ser admitidas un total de 51 obras, de 283 enviadas de todo el territorio venezolano, de manera tal que la receptividad y el apoyo fueron rotundos y totales.

Se ha logrado entonces que la visión contemporánea y lo que podría denominarse una  “visión tradicional”, se den la mano, cohabiten, para conformar  una sola concepción indivisible, no muy propia de nuestros días donde los asuntos tienden más bien a ser independientes, a aislarse. Pero estas temáticas tienen su asidero en otras épocas de la historia de Venezuela,  unas más que otras, e incluso en el arte colonial pues se han descubierto, a manera de decoraciones, exquisitas flores o primogénitas naturalezas muertas, a manera de murales, en casas privilegiadas; se sabe que además, por lo menos, los desnudos, los inicia, en nuestro país, un artista de la talla de Arturo Michelena, con su “Leda y el Cisne”, quien también llegó a destacarse con las naturalezas muertas.

Hay además una situación particular, dentro de este tipo de arte, de temática como lo es el hecho de no prestarse a improvisaciones, a ambivalencias pues  se debe manejar el buen oficio, el oficio de pintar, desde el abc; se debe saber mezclar y utilizar los colores en unas flores, se debe manejar volúmenes virtuales dentro de un naturaleza muerta, se debe conocer y crear profundidades virtuales y entornos en un desnudo femenino; luego el artista debe ser creativo, imaginativo. Caracteres que hemos visto y dilucidado Katherine Chacón, Carolina Pérez y el suscrito, como jurados de este Salón, dentro de fructíferas discusiones, en pro del arte, de toda esta cantidad de obras de arte, en tanto se ha  tenido el asesoramiento curatorial del escultor J.J. Moros, quien se ha empeñado en hacer de este evento, un acto libertario, de reflexiones, de encuentros primogénitos.

Por otro lado, la confrontación ha permitido observar un hecho también singular como lo es las posibilidades mostradas, en esta edición 24, de unir, por ejemplo, en una sola obra, naturalezas muertas y desnudos, desnudos y bodegones, flores y paisajes, desnudos y flores, flores y ambientación onírica, es decir, un sin número de posibilidades de acercamiento a la creación, desde lo conceptual, desde la pintura, desde el arte popular, que hacen mucho más rica la experiencia, mayormente pertinente a nuestros días de cambio.

Y en este sentido, el suscrito tratará de dar posibilidades de acercamientos, no necesariamente  las únicas, sino una mirada  que se une a las del espectador y que si lo hacemos a manera de breve comentarios, de tips periodísticos, es por cuanto nos hemos empeñado en descubrir verdades en cada una de estas obras, imaginativas, subjetivas, hiperrealistas, oníricas,  populares, abstractas y donde la esencia se descubre en estas cuatro temáticas, siempre aleccionadoras de nuestro arte.

Las Flores en el Marco del Salón

Cruz Acosta: nos aporta una obra eminentemente abstracta, aunque también pletórica de fuerza matérica, de trazados violentos, de manera que forma y fondo conforman un conjunto claro, diáfano, divisible, pero unido por la fuerza de lo cromático; así se llega a atrapar al espectador.

Amilcar Alejo: Juega con dos líneas horizontales y varias verticales, paralelas, dentro de un fondo reveroniano (recuerden “Fiesta en Caraballeda”) y cromático, para luego remitirnos a unas flores, con cierto sentido ecológico y urbanístico, de repitencia en cuanto a la materia dibujística, de forma tal que la obra llega a transmitir un dejo de religiosidad.

Martín Barrios: un poeta de la pintura, de dibujo sutil y de naturaleza más sutil aún; artista que une flores exquisitamente impregnadas de luz, con un paisaje y cielo nocturno, melancólico y romántico; aunque lo importante aquí no es lo narrativo de la obra, sino su áurea especial y su plasticidad sencilla, de manera tal que flor y paisaje se hacen sublimes.

Julián Bufón: nos regala, desde la perspectiva interior y de la presencia de las flores,  una obra extasiada por el color y el paisaje, que se deja ver a través de sendas ventanas, dentro de una obra alegre, en representación de mayo, como mes de las flores, desde un lugar específico del trópico como lo es Choroní.

José Joaquín Caicedo: definitivamente un artista enamorado del cromatismo, como lo demuestra siempre sus obras, a partir de la pigmentación y del dibujo, en un segundo término y que, en este caso, aglutina, la naturaleza muerta con la flor o las flores, dentro de un mensaje que fracciona la realidad.

Vladimir Da´Costa: Obra de seis piezas, dispuesta desde la impronta informalista, pasando por collage, un cierto “amarre”, la percepción de una escritura a manera de memorias poéticas, para abrir las posibilidades de incertidumbre, de incógnitas y sorpresas cromáticas, siempre divisibles.

Reinaldo Crespo Ferrer: ha llegado, mediante esta obra, a la depuración del signo, que sólo se convierte en volumen virtual a partir de las líneas dibujísticas y sintéticas, de forma que la obra es casi monocroma, dentro de lo que se ha llamado “Pintura- pintura”, cuyo leiv motiv representa la flor, mejor, en este caso, la idea de la flor.

José Gregorio Gotopo: pintura de flores y de naturalezas muertas, informales, de un buen pintor, libre, que domina el oficio y que lo trasciende, como signos de lo no convencional, sin pre-establecimientos rigurosos y como objeto en movimiento virtual de los elementos: frutas, floreros, flores, copas.

Alirio Infante: desde estas obras, este pintor ha comenzado un proceso de introspección y de búsquedas de lo espiritual, de interiorización de realidades que se hacen infinitas, alquímicas y profundas y que si bien hacen alusión a la naturaleza, en este caso a la flor, se trata de una visión universalista e íntima, mística, a partir de la reflexión y del camino del “drepping”.

Francisco León: la pigmentación con que está hecho el cuadro o con que se manejan los espacios, predispone a pensar en la flor, en un cierto puntillismo que el artista domina a cabalidad; aunque también llama la atención los arabescos, para centrar toda la atención en el cuerpo de mujer, vestida, pero enseñando sus formas, incitando a la lujuria.

Clemente Martínez: en “Pinos y frutas”, desde los efectos del barnizado y de la impronta de la naturaleza, de la pintura, Martínez logra amalgamar formas ambiguas y no ambiguas, para aportarnos una obra sobria y poética. Martínez logra unos efectos naturales que tienen que ver con l decoración, una forma irregular de concebir los espacios, como en permanente flote, en permanente movimiento, donde va más allá de la naturaleza tropical para jugar con una composición irregular.  A Martínez, Pintor de Valencia,  se le ha adjudicado el Primer Premio

Jaime Moroldo: es un artista sólido, que maneja tanto la ambivalencia  cromática, como los espacios virtuales, dentro de la tela, siempre de manera regia, multicromática o monocromática; aquí, pocos son los colores utilizados que además hacen recordar a Fra Angélico, a la pintura clásica, al negro, para resaltar una naturaleza equilibrada, o unas flores que se asoman desde la historia y hacia nuestra contemporaneidad, dentro de unos espacios netamente plásticos.

Roberto Notarfranchesco: es un agudo y polifacético pintor, de resolución rápida y coherente que, en este caso, llega a combinar un desnudo “baconiano”, con unas flores irreverentes, dentro de un interior también irreverente, de manera tal que su clasificación puede en dos lados a la vez.

Manuel Lozardo Padrón: este joven zuliano presenta una obra donde la naturaleza tropical, la flor y la motivación cromática, responden a la plasticidad de la pureza, desde una atmósfera envolvente y dinámica.

Coromoto Rodríguez: desde su religiosidad siempre presente en esta artista popular, se le canta a la naturaleza y a las imágenes religiosas, a partir de  rosas dispuestas en círculo.

Nelson Rodríguez: es un artista contemporáneo que utiliza  elementos como las manualidades, el collage, el manchismo, el símbolo (la rosa), para hacer una obra no convencional, donde lo interesante es la disposición de todos los elementos, de manera informal y con acierto en cuanto a la composición de los espacios.

Ángel Rojas: desde el manejo libre del color y del dibujo, este artista nos presenta su visión múltiple fauvista, de forma que nos regala una obra donde se confunde y amalgama la naturaleza tropical, las flores, el cromatismo religioso del trópico.

Jorge Sánchez: prefiere este artista seguir los caminos libertarios de la mancha, de la abstracción lírica, para conseguir ámbitos diluidos, tenues, poéticos, como mensajes cromáticos dispuestos en el espacio de la tela, pintada además de un blanco puro, de forma que los colores o las llamadas entre los blancos y los colores dramatizan  y dinamizan el entorno, para dar también la idea de esencia de flor.

Julián Sánchez: nos acerca su obra a la incertidumbre, al misterio, al objeto poco visible, religioso, en una instancia superior y también nos motiva a ver las esencias del color, incorporado al dibujo o viceversa, como especie de monocromía  presente.

Rafael Sánchez: llega este connotado artista a la expresión totalmente abstracta de la pintura, mediante la interpretación e interpolación de signos, paralelas y circulares que hacen recordar la imagen  de unas calas, motivación que otrora, de manera realista y natural, Sánchez manejó y dominó. Aquí se trata de contrastar y unir cualidades eminentemente plásticas, a partir de las calas.

Luis Valera: la hecatombe de la flor se hace presente para irradiar cromatismos fuertes, dentro de una obra eminentemente  abstracta y de fuerza expansiva.

Hildemary Vizcaya: maneja, como una Maestra, una especie de hiperrealismo memorioso pero que paradójicamente también nos acerca a la contemporaneidad, a partir de la comunión con la naturaleza, con lo doméstico, como puede ser un elemento de un jardín, en una casa solariega; lo que le interesa a Vizcaya, intuyo, es el mensaje plástico creado a partir del elemento añejo, doméstico y  pletórico de querencias.

Julián Villafañe: nos acerca a una suerte de cromatismo múltiple, cambiante, adherido al tachismo que se hace irreverente. Hay dinamismo virtual, incluso dentro del blanco transparencial de la obra, hermanada con otras, sin proponérselo los artistas concurrentes.

Los Desnudos tenues, solapados, sensuales, amorosos  

José Vicente Blanco simula una especie de cuaderno, de memoria dibujística y pictórica de las imágenes, un tanto grotescas y voluptuosas, hechas adrede, “baconianas” en cierto sentido, dentro de una propuestas de múltiples desnudos, en tanto estudio del cuerpo humano, de colores y bordeados irreverentes, de difuminados permanentes.

Bárbara Colmenárez: lo que llama la atención en su obra es la manera circular y concéntrica de producir o manifestar los colores, que van cerrándose o abriendo (dependiendo de la mirada del espectador) y que denotan un canto de alegría a partir de la mujer como epicentro del mundo, dentro de un concepción popular de la pintura.

Albury López: recrea su desnudo de manera indirecta, mediante prendas que aporta la connotación sensual y también dentro del mensaje directo del cuerpo de la mujer, que también se nos antoja, gráfica, escritural; el calzado rojo, dentro de los fondos blancos,  denota evidentemente sensualidad, acompañados de ciertos versos referidos a la “profesión más antigua del mundo”.

Edito Rogelio López Palacio: sus desnudos, de alguna manera hacen recordar los de un artistas prominente como lo fue Gerardo Aguilera Silva, donde, en ambos, no importa el dibujo o los bordes pictóricos, sino la manera como siente el artista popular, las formas de la mujer, dentro de una recuperación de medios, también intervenidos, como son los discos compactos, reciclados.

Jorge Marín: en su obra, los volúmenes se hacen misterio, los dibujos  son insinuaciones de figuras haciendo el amor, idos en un orgasmo permanente y prolongado donde los colores, sobre todo oscuros llaman la atención tenuemente, dentro de una totalidad envolvente y más bien tranquila.

Edgar Mata: resuelve su pintura de manera grandilocuente, de forma que nos podemos acercar a una gran mujer, con un dejo de éxtasis, emulando al  artista brasileño Tarcisio de Amaral, sólo que Mata la piensa, recrea y dibuja desde el onirismo y hedonismo, ayudado por piezas de ajedrez, algunas difusas y una de las cuales puede causar cierto placer a la fémina.

Engelberth Peña: fracciona su obra en múltiples cuadros de manera que las posiciones de los desnudos también se hacen variados, ad infinitum, donde cuatro tomas en gris, de mayor tamaño, simulan los puntos de interés o atención. El cromatismo fulgurante de  cada uno de los pequeños cuadros llama la atención, como si fuese una historia, entregada por capítulos o imágenes, de manera tal que nos acercamos al pop art y  a los comics.

Rafael Pinos de Mesa: nos introduce también en un ambiente reveroniano, debido a la pigmentación presentada, a los uveros y a una cierta atmósfera creada por la simulación con el yute, emulando además un desnudo con la presencia singular de una “Juanita” y de las frutas de la naturaleza, todo como una composición paisajística, tropical y que le canta al desnudo. Premio de Arte Popular.

Alcides Rivas: nos hace recordar el arte primogénito, un tanto informal, de una exquisita textura y buen dibujo. 

Elvis Rosendo: es un joven pintor marabino de las nuevas generaciones de esa tierra pródiga, que en esta oportunidad nos aporta una pintura con la presencia inobjetable del humor, del desnudo de mujeres que contrastan con los trajes de los caballeros, para simular una especie de lugar o casa de citas, de francachela; el tratamiento del dibujo y de las figuras es parsimonioso y parco.

Aproximaciones a las Naturalezas Muertas y a los Bodegones:

María Albrizio: un bodegón ricamente logrado a partir del hiperrealismo y de la sobriedad de los elementos, con la puesta en escena de elementos culinarios simples y necesarios, como el ajo porro, el pimentón exquisitamente logrado, el repollo; la gracia de esta obra está en la sencillez y en la belleza de los elementos. Se le ha concedido Mención Especial.

Douglas Álvarez Guillén: otro hiperrealista desde la esencia  de los objetos, con un dibujo transparencial, donde los fondos azules neutralizan la obra.

Hugo Barroeta: la plasticidad de la obra se encuentra en presentar frutas y objetos de manera circundante y envolvente, en la que fondo y forma se complementan a partir del dibujo y del poco color utilizado, adherido siempre al soporte.

Carmelo Bastidas Méndez: nos muestra su obra a partir de una especie de mosaico, o de vitralismo, para ennoblecer el mundo pictórico del taller del artista, a partir de pinceles, espátulas y otros elementos, dentro de una paleta grisácea, de manera tal que la plasticidad implica serenidad y loas al trabajo del artista.

Carlos Bruguera: desde la técnica del puntillismo y de un cromatismo exuberante, nos construye una pieza  cargada de humor, donde la naturaleza muerta está acompañada de animales como el perro y el gato. Ellos son partícipes de la escena y llama la atención que no aparecen completos, sino fragmentados, de manera tal que el espectador llega a completar la escena, un tanto paradójica y sin la intervención humana.

José de Jesús            Caldas: nos sorprende siempre por su motivación y logro en construir espacios imaginarios, virtuales, profundos, desde un cromatismo recio, pletórico, de forma que nos regala una obra exquisitamente sensual, y nos aproxima, a colores del pop art. Caldas construye una obra múltiple en cuanto a la presencia de mensajes. Por todas estas cualidades de su obra, siempre en innovación permanente se le ha adjudicado el Segundo Premio.

Edwin Carreño: una especie de “tropicalidad” hiperrealista, de gran mérito determina la obra de este artista, que se aparta de la fotografía, para producir pintura, desde los elementos frutales, reivindicando ciertos cromos populares o propagandísticos de nuestra sociedad.

Jesús Galindo: es un pintor poeta que reivindica los espacios en blanco, los colores pensados con suave  dignidad, como si fuesen llamadas para captar esencias de la naturaleza de las cosas.

Pedro Luis Hernández: lo interesante en la obra de Hernández es la reconstrucción del espacio pictórico similar al de una pared derruida, trabajo en el que pueden asomarse riquezas plásticas, aunadas a la presencia de una cafetera demarcada en el espacio, como naturaleza muerta. Se trata entonces de una  Pintura- pintura.

Nelson Hidalgo: presenta una especie  de síntesis o visión infantil de la naturaleza muerta, también onírica, como forma de remontarse a edades primogénitas, donde la idea de una transparencia, hecha carrito, introducido en una botella, nos aporta la idea de lo lúdico.

Claudia Jaime y Leonardo Pérez: obra conformada por 16 cuadritos, de 19 x 24, que traen a colación un mundo memorioso, doméstico, a partir de la pequeña y gran historia, de un producto añejo y actual como lo es la Maizina Americana. La pareja de artistas, en este caso, “plastifica” (desde la plastilina), construye la figuración de tal manera que el humor, la memoria, las naturalezas muertas, el valor del objeto hecho con plasticidad, crea la obra de arte. En este sentido se le ha adjudicado un Tercer Premio.

Alfredo Martínez: hay sin duda alguna un resurgir clásico en la manera como pinta este joven, en una obra que pareciera no estar terminada, pero que en ella cohabita el espíritu de una buena obra ejecutada, de manera tal que las formas de la botella, de las frutas son meramente una excusa para mostrar esa espiritualidad plástica (Mención Especial).

Linares Padrón: permite pensar que la contemporaneidad del arte ha trascendido  limitaciones, al unir dentro de una coherencia irreverente e informal, el collage, el dibujo infantil, la costura, un cierto mal acabado adrede, todo ello a propósito de un arte experimental, donde tiene cabida lo doméstico, el laboratorio, el recuerdo infantil, la rasgadura.

Macjob Parabavis: a partir de los cromos desgastados y terminados de la pintura, este autor reconstruye su naturaleza muerta para entonces revivir, o hacer una especie de naturaleza “revivible”. Reivindica entonces un elemento desechable por el pintor para convertirlo, mediante la composición y la disposición de los pomos, en una obra de arte.

Freddy Pereyra: un maestro del dibujo y de la pintura prestado a otras manifestaciones del arte. Interesa destacar el carácter blanquecino de la misma y los elementos claros, bien definidos, para llegar a una obra pura, sobria y contemporánea, desde los espacios memorísticos de lo clásico.

Nelson J. Poleo: es una obra fina  que incorpora el color blanco a la tela, donde además se presentan frutas en vertiginosa caída; toda la obra está hecha con sencillez, con dominio plástico de los espacios, equilibrados. Resulta interesante el manejo blanco del color en contraposición con el color de los objetos presentados.

Pedro José Ramírez: la obra llama la atención debido al contraste  a partir de los colores utilizados: verde, amarillo, rojo, blanco, dentro de una naturaleza fragmentada, que se convierte en bodegón para  atrapar el objeto cotidiano.

Jerónimo Rodríguez: para este artista, el género o la temática es secundario, a pesar de poseer elementos que aluden a los desnudos, a las naturalezas muertas. Cabe destacar más bien en Rodríguez, la capacidad de utilizar un elemento extrapictórico totalmente, en este caso el tirro, para crear el mensaje y la imagen, donde se nos presentan desnudos, naturalezas muertas, temáticas aludidas dentro de este Salón.

Sin duda alguna que el XXIV Salón Municipal de Arte de la Alcaldía de Girardot, en Maracay, estado Aragua,  rescata del olvido unas temáticas escondidas en los talleres de los artistas, que se hacen contemporáneas y sempiternas en la medida en que el hombre, el artista se siente motivado por los orígenes, por lo primogénito y por un ejercicio de creatividad que le es íntimo, que le fortalece el espíritu y que le brinda la oportunidad de, mediante el trabajo creativo, comunicarse con la pintura y comunicar, a la vez, su anhelo, su devoción por el arte al público que ahora concurre a este importante evento de la plástica nacional.

  * Asociación Internacional de Críticos de Arte. AICA. Capítulo Venezolano.   

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