UN SELLO INUSUAL

Jesús López

Como cada tarde que tenía oportunidad, después de su trabajo, Agustín destruía la monotonía del tiempo revisando y buscando entre su colección de sellos aquellas piezas que recuperaban su carácter de hombre buscador e inquieto. Nunca había sido perdedor, ni siquiera de tiempo, por lo que siempre ponía en alerta su mente para vencer la rutina del tiempo perdido.

Siempre bebía de las estrellas. Al igual que el firmamento tenía organizado su mundo en galaxias con sus vías, caminos, parcelas y hasta su oasis celestial. No estaba construido por mano humana sino por sentimientos y estrellas que brillaban en la noche. Sólo se accedía con una mente limpia y un corazón libre de prejuicios. La noche era su protector y su único guía. A él llegaba, no sin antes despojarse de los vendajes que el día le iba poniendo encima, para descansar en la placidez del vacío y con la sobriedad de la luz de las estrellas.

Agustín era un buen filatélico. Comenzó, como todos, reuniendo sellos, jugando a coleccionista. Guardaba todo lo que semejaba un sello o tenía algo que ver con ellos. Sus estanterías y cajones rebosaban de libros, clasificadores repletos de sellos, catálogos, informaciones acerca de nuevas emisiones... En fin, siempre encontraba un buen pretexto para recoger y guardar cualquier cosa que caía en sus manos y que hiciera una mínima referencia a los sellos.

Su tiempo era la noche. Sólo deseaba la luz natural de las estrellas. La del día, por ser cegadora en su resplandor, la dedicaba a otros menesteres. ¡De algo hay que comer! Y no por ello menospreciaba el día. El día era el jardín donde los sueños nocturnos trataba de hacerles florecer y despertar. Prefería la noche para enraizar, para buscar las aguas subterráneas y así absorber y beber en los sueños. 

La noche era el jardín donde disfrutaba de las verdaderas rosas y flores que destilan ese suave perfume que invadía su pensamiento haciéndolo cada vez más armónico y sensible. Disfrutaba de los sentimientos que la noche le proporcionaba y hacía brotar. 

Nunca se preocupaba por tener el mismo brillo de las estrellas. Se sentía diminuto y no le gustaba usurpar nada a nadie, pero su pequeñez la sentía real e importante. Sólo trataba de ayudar y gozar con aquello o aquellos que libremente se quedaban a su lado. No era jardín de muchas flores, pero todas las que allí se encontraban gozaban libremente del reposo, espacio y tranquilidad de un oasis que la noche animaba con la luz de las estrellas. 

Pronto, la incomodidad del reducido espacio de que disponía para guardar cosas y tras mucho pensárselo, pues no deseaba desprenderse de sus cosas así como así, le obligó a evolucionar y cambiar. Abandonó la monotonía del enriquecimiento por la cantidad y se transformó en un cualitativo investigador que era para lo que él se sentía atraído. No quería ser poseedor de sellos únicamente. 

-"¿Para qué reunir sellos y sellos u otra cosa, decía, si no consigo absorberlo en mi vida? ¿Para qué disponer de los mejores rosales en mi jardín si no soy capaz de disfrutar de las rosas? ¡Tener y poseer, sin ser! ¡Estar junto a uno, mas no con él! Es la continua lucha errática actual. ¿Por qué nuestra civilización es una constante e incesante lucha por la colección y tenencia de cosas sin soportar el ser que su pertenencia conlleva? ¿Por qué vivir del sol si con la luz de las estrellas logro caminar, beber y descubrir el agua y la verdad que necesito?"

Así las cosas, fue dejando de recoger los sellos de algún país pero, de manera especial, desbloqueó su sensibilidad hacia la posesión únicamente de sellos. Quería, no poseer sellos, sino transcurrir junto a ellos. Buscaba disfrutar, derrochar tiempo con ellos, embelesarse para adquirir su significado y de este modo conocer a los demás y así mismo, logrando un enriquecimiento interior.

Todo esto lo había aprendido a la luz de las estrellas. Ellas le habían enseñado que la vida no es tener, sino dar; que lo que gastas es lo que tienes y lo que guardas lo pierdes. Sabía que la felicidad no está en lo que deseas, sino en descubrir y despertar el deseo de lo que tienes. Aprendió a no buscar en la otra orilla lo que en ésta aún no había descubierto ni palpado.

Cuando adquiría nuevos sellos no lo hacía ya de forma incondicional. No todos entraban ya en su colección. Previamente sufrían una exhaustiva selección y así, muchos sellos que antes formaban parte de sus clasificadores, ahora eran desechados sin ningún miramiento.

Agustín había penetrado en la filosofía de la vida. Su especial circunstancia le había hecho recuperar el tiempo perdido y comprender que el hombre cuando verdaderamente no sabe ser intenta poseer y poseer y así acallar el vacío interior que le atormenta.

La tranquilidad y el silencio de la noche le había dejado escuchar los apenas perceptibles ecos que la luz de las estrellas iba reflejando entre rosa y rosa de su jardín soñado. La felicidad que siempre buscamos más allá de nosotros mismos la tenía allí a su lado. Casi, casi tocándole. 

Su colección fue mejorando sin apenas percibirlo. Cada nueva serie que adquiría le reportaba un continuo bucear en la vida y su misterio. A veces, no sabía si estaba moviendo y mirando esos pequeños pedacitos de papel, eso sí cuidadosamente y sin despuntar sus bordes, o, por el contrario, era un visitante del Museo del Prado si el sello que sostenía entre sus pinzas reproducía un cuadro de Velázquez o Goya.

Sin embargo, conocía la realidad y sabía apreciar la diferencia. Nunca suplantó una ilusión por la vivencia. Jamás colocó un sello matasellado junto a otro nuevo en su colección. Era mejor esperar que confundir y engañarse.

-"Es preferible un hueco en tu colección que una falsificación. Es tu vida la que falsificas, no tu colección", acostumbraba a decir a sus amigos.

Necesitaba la ilusión. Era su motor, su impulso e incluso su escudo. Cuando la guerra de los sucedáneos y las falsificaciones, de lo barato y lo fácil crecía a su alrededor él se aferraba a su ilusión. Nunca aceptó la imagen y la foto por lo vivo y el movimiento, ni se dejó embaucar por el barniz que el marketing, casi siempre, incorpora a las cosas. Las provee de una sensación de verdadero y real que, de este modo, lo que no es está por la bondad del marketing.

Cuando asistía a alguna exposición filatélica compartía con sus amistades, en muchos casos iniciadas a través del sello, los distintos puntos de vista sobre las colecciones expuestas. Nunca criticaba las colecciones, como la vida, pero siempre observaba con fruición los distintos enfoques que se podían ofrecer sobre una misma temática filatélica. El verdadero afán de conocer y buscar nuevos métodos de presentar y desarrollar una colección temática le atraía mucho más que el poseer un único y valioso sello.

-"La idea la puedo desarrollar, engrandecer, hacerla vívida, real. Un sello, en sí mismo, no pasa de ser un mero y simple trocito de papel, bonito y bien editado en muchas ocasiones, pero papel.

Siempre recordaré la inscripción hecha en el frontispicio del Palacio de Correos en Nueva York para describir el sello (hoy podría ser aplicado a otro sello que se pone invisible en ese correo actualizado y de hoy, llamado internet):

 

Emblema de simpatía y amor.
Mensajero de los amigos lejanos.
Consuelo de la soledad.
Lazo de unión de las familias dispersas.
Elemento de humano progreso.
Vehículo del comercio y de la industria.
Anunciador de las noticias.
Promotor de la fraternidad, 
de la paz
y de la buena voluntad
entre los hombres
y las naciones.

 

Esto ya no es un pedacito de papel engomado, ni un simple franqueo de una carta. Es un motor de ilusión que merece la pena nunca cese en su runruneo, ni estacionar."

Esta es la verdadera colección que Agustín deseaba recuperar y reunir a través de su vida. Buscaba ese especial sello discernidor entre lo real y lo estático, entre la marioneta o movimiento animado y el propio o personal. En fin, buscaba rescatar el tiempo perdido en colecciones inútiles, en búsquedas en la otra orilla, en atesorar más de lo que podía atender, en tener antes que vivir, en hacer marketing en lugar de ser... Deseaba vivir y encontrar lo que él mismo llevaba sin descubrir: el sello de las estrellas.

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