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ASUNTO GENÉTICO

Aymer Zuluaga

Me agaché a amarrarme el zapato, no porque estuviera desanudado el cordón; si no porque me gusta sentir apretados los nudos de los zapatos; estaba allí en la repetitiva tarea cuando la vi por primera vez, era pequeña pero su aparición llenó de inmediato el salón, le di una mirada de reconocimiento y luego la ignoré, tanto que al terminar mi tarea autoimpuesta había olvidado por completo su aparición.

Seguí allí en la sala de espera del consultorio, sentado en el sofá confiando en pronto ser atendido, mirando las paredes y los cuadros, cuando recordé a la intrusa y la busqué con la mirada pero ya no estaba en su sitio; seguí recorriendo visualmente cada espacio del frío salón de recepción y reparé en la secretaria que desde mi llegada hizo señas para que me sentara, pero no había soltado por un momento el teléfono; era joven y tenía un rostro cansado, usaba los anteojos para cogerse el cabello arriba de la frente y por el espacio de abajo del escritorio se podía ver que tenía un pié calzado sobre el piso, mientras que con el otro en el aire, jugaba con calzarse y descalzarse el zapato usando solo los dedos de los 
pies. El zapato se balanceaba como para caerse.

Se abre la puerta del consultorio psiquiátrico y me levanto con la intención de entrar pero un gesto de la secretaria me detiene, se levanta, deja el teléfono aún descolgado sobre el escritorio y se termina de poner el zapato con el que jugaba mientras entra al consultorio diciéndole no sé que cosas al Doctor. Se cierra la puerta tras ellos y de nuevo me siento solo; me agacho para tomar una de esas revistas con las hojas de las portadas desbaratadas que siempre hay en los consultorios médicos, pero ninguna me llama la atención; así que doy otra mirada al salón de espera y la veo de nuevo, plantada en la mitad del salón, toda desorientada, sin saber para donde coger, me mira y se queda quieta, yo la miro y me quedo quieto también.

Tras la puerta veo el mullido diván tantas veces usado y noto como la secretaria sale sonriendo, me distraigo mirando la puerta que sigue abierta y cuando vuelvo la mirada al centro del salón, ya no está. Me dirijo a la puerta pero la secretaria la cierra y me dice que debo esperar otro momento que el Doctor está ocupado, que si quiero puedo leer alguna revista y señala el revistero que yo ya había explorado y una silla al lado de su escritorio, mientras coge de nuevo el teléfono y sigue su interrumpida conversación. Me levanto hasta la silla y tomo de allí una revista, gran sorpresa me llevo al comprobar que no solo su portada está intacta sino que el número es reciente, así que me entran ganas de leer algún artículo o al 
menos leer los títulos.

El primer título que leo me envuelve y cautiva entre sus letras, se trata del asunto ese del genoma, que tanta alharaca ha causado en los últimos días, hay unos gráficos como hélices, otros como cintas enlazadas y algunas tablas comparativas, dice allí que compartimos muchos genes con otras especies animales. Por el rabillo del ojo la alcanzo a ver de nuevo, esta 
vez cerca de la silla de donde tomé la revista, la secretaria en su ocupación telefónica no ha reparado aún en ella; sigue jugueteando con el zapato hasta que éste cae al suelo. Miro el zapato caído, vuelvo los ojos hacia la silla y ya no está ella.

Me sumerjo de nuevo en la lectura y no solo me asombra y decepciona saber que los humanos solo tenemos cerca de 30.000 genes, sino que esta cifra es apenas dos o tres veces superior a los 13.000 genes de la mosca drosófila y una vez y medio más que los 20.000 genes de un gusano como el nematodos. No sé de moscas ni de gusanos con apellidos extranjeros, pero pienso que una mosca es una mosca sea de la familia que sea y un gusano es un gusano provenga de donde provenga.

Así que somos parientes lejanos de las moscas y primos de los gusanos, me digo y sonrío mientras levanto la cabeza por encima de la revista y veo a la secretaria colgar el teléfono mientras suspira y empuja con los dedos de los pies el zapato, este va a caer de nuevo, pero en un intento por atraparlo con su extremidad inferior resulta pateándolo; el zapato vuela y 
rueda hasta llegar a la mitad de la sala, la secretaria se sonroja y trata de sonreír, yo dejo a un lado la revista y me agacho a tomar el zapato.

Estaba en eso cuando la vi de nuevo allí cerca del revistero. Insinuante, como provocándome para que actuara, no me lo pienso dos veces y avanzo hacia ella, llevo el zapato de la secretaria en la mano y zuassssssss... intento golpearla pero es muy lista y ha girado haciendo que falle el golpe; la secretaria se asusta al verme en ese plan, me pregunta ¿qué pasa? mientras me mira como creyéndome loco. Yo sigo tratando de darle alcance y la acorralo entre la silla y el escritorio, le tiro el zapato, la secretaria grita y su rostro ahora está pálido (el de la secretaria, por supuesto). Ahora también la ha visto y me señala donde está. Recojo el zapato, avanzo con firmeza pero ella en vez de huir se detiene, nos mira con desprecio, como sólo se mira a un semejante y se esfuma por entre un hueco de la pared. Hermana cucaracha.

 

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