LA PLASTICA DEL SIGLO XX:
UN LEGADO DE EXCELENCIA 

Macarena Vega Iriarte

 

El arte latinoamericano consolida su identidad

Los orígenes del arte de nuestro siglo deben buscarse a mediados del siglo XIX. Es entonces cuando comienzan a producirse una serie de innovadores desarrollos que marcan una ruptura con el pasado. Caracterizan ese fenómeno el cese de la dependencia de los creadores de la Iglesia y la nobleza; y la vertiginosa modernización y materialización de la sociedad que, desde el rechazo de la tradición y las formas académicas, plantean a los artistas la creación de una obra que reflejase mejor la vida moderna.

Francia es la cuna de esos cambios seminales. La pintura de Gustav Courbet, Edouard Manet y los impresionistas profundiza el alejamiento del academicismo, del neoclasicismo y el romanticismo en pos de una representación del mundo más apegada a la realidad. Los postimpresionistas que siguen a estos maestros --como Paul Cézanne, Vincent Van Gogh, Edgar Degas y Paul Gauguin-- ya se adentran en la modernidad con su repudio de la temática y las técnicas tradicionales y su planteamiento de un repertorio de imágenes más subjetivo y personal.
A partir de estos maestros y desde 1890, se suceden incontenibles diversos estilos y movimientos que, desde su calidad excepcional, establecen el núcleo y posibilidad del arte moderno, el arte de nuestro siglo. En ese proceso es central la participación y apoyo, como intérpretes y críticos, de escritores como Charles Baudelaire, Emile Zola, Joris-Karl Huysmans, George Moore y Theodore Duret, entre otros.
Lo demás es la historia del arte moderno, del arte del siglo XX. La integran los movimientos: neoimpresionista, simbolista, Nabis, fauvismo, cubismo, expresionismo, futurismo, la Escuela de Ashcan, suprematismo, constructivismo, orfismo, pintura metafísica, de Stijl, purismo, Dada, surrealismo, realismo social, expresionismo abstracto, Pop Art, minimalismo y neoexpresionismo.

Es preciso señalar en este sumario recorrido por estas expresiones y movimientos, que no siempre sus integrantes mantuvieron estrictamente un canon y un estilo. La riqueza misma de la pintura se beneficia, desde las ganancias de la modernidad, por la mayor o menor movilidad y la independencia última de cada creador.El impresionismo, que se anuncia con las escenas costeras que Monet pinta a partir de 1866, se caracteriza por el uso de una rica paleta de colores primarios, la separación de la pincelada, las tonalidades ligeras, la brillantez del color, la iridiscencia, la delicadeza y la complacencia en el tratamiento de la gente común. Son sus figuras centrales Renoir, Pisarro, Degas, Manet y Cézanne.

El simbolismo ostentó un carácter de vanguardia en las décadas que preceden al 1900. Sus artífices, que se llamaban a sí mismos Nabis --a partir de la palabra hebrea ``profeta''-- se rebelaban contra la fidelidad a la naturaleza del impresionismo y consideraban que la elección del tema era sumamente importante. Integran sus filas Maurice Denis, Paul Ranson, Pierre Bonnard y Edoaurd Vuillard. Tangencial a los Nabis, otro de los grandes simbolistas fue Odilon Redon.

Las variantes de esos movimientos y su integración en categorías con identidad propia son algo consumado a principios del siglo XX. Hay, entonces, una nueva motivación e impulso. Se nutre de lo cómico, lo poético y lo fantástico, y se vuelca en la exploración de una calidad irracional en confluencia con el humor propio del acto creativo.

Los fauvistas

Se produce entonces la obra ingenua de Henri Rousseau, ``El aduanero'', tan apegada al arte de los pueblos considerados como primitivos. Un arte que fascinó, entre otros, a Gauguin, Maurice de Vlamick y André Derain, que desarrollan un estilo afianzado en la fuerza del color, ámbito en el que con mayor mesura se movía Matisse. La fuerza de las piezas de estos artistas hizo que se les identificara como Fauves (Bestias salvajes, que suena tan mal en buen romance).

En ese ambiente, Pablo Picasso ya mostraba inconformidad con el canon que prevalecía, y sus obras del momento tenían, desde su empleo de técnicas finiseculares, un dejo irónico. De esta suerte, el arte primitivo e ibérico le hicieron dar un vuelco a la imagen emblemática del arte europeo.

El concepto del arte como expresión, en oposición a los postulados impresionistas, constituía una fuerza en la Francia y la Alemania de la primera década del siglo. Desde su autoridad, Matisse descartó en el arte la distorsión y la inquietud que definen el quehacer de Ernst Ludwig Kirchner y el grupo Die Brucke (El Puente), constituido en 1905, y que sería exponente del expresionismo. Este se nutriría con el raigal primitivismo de Emil Nolde y la retórica de Karl Schmidt-Rottluff.
Los desarrollos tumultuosos de Oskar Kokoschka, influido por el quehacer del grupo, se impondrían en las primeras décadas del siglo. De esta suerte, a partir de 1907, Alemania se convertiría en un centro artístico esencial, con obras mágicas como la de Wassily Kandinsky. Su influencia dio pie al grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), que toma su nombre de una de sus obras y que se convertiría en punto de confluencia de artistas de vanguardia del momento. En el espíritu del grupo alemán fue una influencia decisiva el noruego Edvard Munch, que en su cuadro El grito, imprime una alucinada fuerza expresiva a los refinadísimos ritmos del Art Nouveau.Al llegar a este punto en este recorrido en que es preciso omitir, por razones de brevedad y espacio, nombres de artistas de primer rango y matices claves dentro de los conjuntos, llegamos al cubismo. Podría afirmarse que su trascendencia es presencia en todo el arte del siglo.

El cubismo

Se considera que el catalizador y la pieza emblemática del cubismo es la enigmática Les Demoiselles d'Avignon (1907), producto del primitivismo de Picasso y la influencia de Great Bathers, de Cézanne. Con ella la historia del arte da un vuelco. Hay en el cuadro una inédita e insólita ruptura de la continuidad que unifica la imagen y una ausencia desafiante de encanto. Con este cuadro, Picasso demostró que los elementos de belleza consubstanciales al arte, el atractivo del tema y la credibilidad de su imitación eran irrelevantes.

Tanto fue el impacto de este lienzo que llegó a desconcertar a su autor, y Matisse y Braque comenzaran a pintar desnudos femeninos de igual estridencia. La primera fase del cubismo se caracteriza por la ruptura y el énfasis de los planos. En su segundo momento, entre 1910 y 1912, se acentúa lo irrelevante del tema, cualquiera que fuese su forma. Así, el tratamiento de la obra devino esencial. De manera que sin ataduras de ningún género, la reflexión cubista generó imágenes que no precisan de una lectura a la letra.

Esencialmente paradójico en su concepción, el cubismo es una provocación monumental que, desde la estructura pictórica que es armazón de la insólita imagen, consagra la integridad de la pieza. Lo que ha llevado a establecer que el arte figurativo crea una realidad independiente que es la propuesta fundamental del arte moderno, y que este principio toca y determina no sólo a la pintura y a la escultura, sino también al diseño y al clima intelectual de la época.

Los cubistas volcaron en su quehacer materiales de toda clase que tomaban de su inmediatez y eran asimilados por la obra. Ese es el nacimiento del collage. En la cima de su andadura, los planos de las obras cubistas evolucionaron para convertirse en objetos pictóricos en sí mismos, más que en identificables figuraciones. Es por eso que todas las historias del arte subrayan que el mensaje fundamental del cubismo permaneció inmutable.

Ese mensaje postula que el sentido ha demostrado residir en la estructura del estilo y la geometría básica implícita en el manejo postimpresionista de la vida. Ese precepto fue punto de partida de otras importantes manifestaciones de la plástica, como el movimiento de Stijl, que ha trascendido a la arquitectura, el diseño y la tipografía de nuestro siglo.

El manifiesto futurista

En 1909, el poeta italiano Filippo Marinetti lanzó su Manifiesto futurista. Preconizaba, desde su militante vitalismo, un rechazo al pasado, y proclamaba imperioso el culto a la energía, el movimiento y el poder de la maquinaria moderna. Entre sus representantes más importantes se cuentan el pintor Carlo Carrá y el también pintor y escultor Giacomo Balla. El futurismo hizo sentir su impacto en el vorticismo inglés.

En Rusia, muy al día de las vanguardias de la Europa occidental, Kazimir Malevich se anticipó a Léger con sus imágenes formalistas de campesinos trabajando. Esa tendencia enfilada a la abstracción se consolidó en 1915, con el advenimiento del suprematismo, cuyos cultores procuran en su obra la creación de fuerzas dinámicas a partir de la elementalidad de los elementos geométricos. La influencia de la política y los funestos avances del totalitarismo comunista en la creación hicieron que los artistas rusos se dispersaran en 1922, pero su legado, la tradicción constructivista, llegó a Europa a través de El Lissitzky, Antoine Pevsner y Naum Gabo.

El orfismo

Por su parte, en este constante proceso de gestación, búsqueda y encuentro, Robert Delaunay estableció el orfismo, que sustentaba que el color era tanto forma como tema. Toda esta actividad se desarrolla en unos años tan cuajados de cambios como de conflictos. Por eso, el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, altera el ritmo del movimiento plástico, literario y cultural de Europa.

Desilusionados y desorientados, una grupo de creadores refugiados en Zurich expresarían su desconcierto a través del movimiento Dada. Este constituía un ataque al arte pero, paradójicamente, su insólita propuesta era estrictamente artística. Entre sus postulados fundamentales figuraba el hecho de que cualquier objeto es una obra de arte si es seleccionado como tal por un artista. Un monumento a esa concepción es el urinario que Marcel Duchamp quiso exhibir en Nueva York en 1917.

El surrealismo

Lo incongruente y lo disociado del dadaísmo abrió las puertas al surrealismo. Fue el pintor italiano Giorgio de Chirico quien llevó la incongruencia a planos superiores en su quehacer. Desde su inconfundible pittura metafisica (pintura metafísica) hizo que los surrealistas comenzaran a pintar sin poner límites a su fantasía. El término surrealismo fue acuñado en 1917 por el poeta Guillaume Apollinaire, y su manifiesto fue lanzado por otro poeta, André Breton, en 1924.

El surrealismo admite una variedad de interpretaciones, pero su espíritu radica en el adentramiento en lo fantástico y lo irracional. Desde su exigencia de un automatismo síquico, el gran aporte del surrealismo es la creación de un nuevo género: el realismo fantástico, que plasma de manera casi fotográfica y prosaica las formas de la fantasía y los sueños. Entre sus grandes figuras: Yves Tanguy, Andrés Mason y Salvador Dalí.

El expresionismo

El impulso de estas primeras y cuajadas décadas de creatividad del siglo, con sus profundas alternativas históricas, retoma su intensidad a partir de 1918. En Alemania invade la impronta expresionista la nueva objetividad, que ilustra la violencia brutal de la obra de Max Beckmann. En Francia, el pintor Amadeo Modigliani, tocado por el depurado quehacer de uno de los grandes escultores del siglo, el rumano Constantin Brancusi, hace una obra en que la delicadeza de la línea es esencial. Por su parte, Georges Rouault consolida una pintura tan solemne como sombría, que contrastará con la espléndida frescura y luminosidad de la exaltación del mundo y de la vida del exquisito Raoul Dufy.

En el estremecido mundo de entreguerras, sigue siendo el Picasso del Guernica, la gran figura, y se impone como influencia decisiva de los artistas del siglo. El español Joan Miró va decantando su obra excepcional, que alcanzará una suprema claridad, sentido de dicha y exaltación única de la inocencia. Esa pintura, evaporada en estrictas líneas y purísimas formas de color, contrasta con la de su compatriota, el genial tenebrista José Gutiérrez Solana, uno de los creadores mayores del siglo. Artistas como Paul Klee, participante de la extraordinaria experiencia académica-creativa del Bauhaus, persistirá en el desarrollo de la abstracción. Y en Estados Unidos, Arshile Gorky y Willem de Kooning enriquecerán con nuevos matices el estilo biomórfico.|

El fin de la Segunda Guerra Mundial abre nuevas posibilidades al arte. Los grandes maestros siguen haciendo su obra. En ese impulso, se revive la tradición expresionista por el grupo Cobra, del que forman parte Asger Jorn y Karel Appel. El surrealismo continúa manteniendo su vigencia, y un recluso artista americano, Joseph Cornell, lo enriquece con sus extraordinarias cajas. Son esos años 40 el campo propicio para que se consolide una pintura tan espontánea como gestual. Esta cuenta en su desarrollo con una figura que con su manejo del intenso juego con el color serviría para sentar pautas a nuevos creadores, Hans Hoffman. En este ceñido inventario no puede dejar de mencionarse a Jean Dubuffet, que a partir de lo que llamó ``l'art brut ha legado una obra magna en que lo primitivo y unas imágenes caladas de las fuerzas más profundas y elementales del inconsciente devienen una de las expresiones más acabadas de nuestra naturaleza y el latido del siglo.|
Esencialmente americano, pero proyectado a la universalidad, adquiere en Estados Unidos una identidad propia el expresionismo abstracto, que conlleva en sus realizadores una final relación con cada pieza. Un singular vínculo que va más allá de control y la intención del artista. El crítico Harold Rosenberg definió al expresionismo abstracto diciendo que lo que iba a aparecer en el lienzo no era una imagen, sino un hecho. Entre los grandes maestros de este movimiento figuran Jackson Pollock, de Kooning y Franz Kline, los llamados action painters.En las últimas décadas del siglo la ebullición creativa mantiene un impulso y diversidad incontenibles. El color y la simplicidad que un anciano Matisse llevó a sus máximos hasta su muerte en 1954, encuentran resonancia en la obra de los estadounidenses Mark Rothko y Barnett Newman. Alberto Giacometti impregnó sus cuadros y esculturas de su impresión del impacto de la figura en el espacio. El arremolinado Francis Bacon desentrañó, con sus alusiones en el lienzo, la forma humana, el lado oscuro de la condición humana.

El Pop Art

Una inmensa libertad y espíritu de riesgo y propuesta domina el quehacer de los creadores, tendencias y movimientos más recientes. Son los tiempos del Pop Art, que eleva la imagen no artística de lo cotidiano, lo esencialmente popular, a un definitivo nivel estético y lúdico que determina una nueva valoración de la realidad inmediata. Uno de sus grandes, el mítico Andy Warhol. Es este el momento en que un grupo de escultores en Estados Unidos e Inglaterra se vuelca sobre la investigación de las posibilidades de las formas mínimas y las fuerzas primarias, dando nacimiento al estricto minimalismo. De igual manera, cobra auge el arte conceptual, centrado en la supremacía de la idea. Es decir, un arte que se inscribe tanto en la teoría como en su formulación. Así, permite a los artistas ejecutar, a partir de una serie de especificaciones escritas, un arte tan ideal como imaginario que desafía todas las convenciones, e igualmente puede manifestarse a través de performances. El ya desaparecido Joseph Beuys es la máxima figura de este movimiento. Junto a estas manifestaciones, el Op Art, centrado en el movimiento, ejemplificado en la obra del venezolano Jesús Rafael Soto.

El retorno a la figuración

En ese contexto, desde los años 80 hay un retorno a la figuración, un verdadero resurgimiento de su práctica que destaca no sólo por la novedad y riqueza de su repertorio de imágenes, sino por un afán de hallar la suficiencia y trascendencia de una obra en la que es consubstancial y permanente de la tradición pictórica. El espectro de ese movimiento va desde el tratamiento consciente y fiel de la figura, hasta la temática de lo fantástico, y con frecuencia explora la vida contemporánea en todos sus aspectos, tanto los más deslumbrantes como los más sombríos y enigmáticos.

La escultura de nuestro siglo tiene vínculos claves con las vanguardias pictóricas. Esa relación se evidencia en el cubismo del ruso Alexander Archipenko, Picasso y su compatriota Pablo Gargallo. Dentro del surrealismo, es excepcional la obra de Giacometti. Entre los maestros escultores constructivistas, destacan Gabo y Pevsner; y como creador modélico del dadaísmo, el increíble Duchamp. No puede ignorar ese panorama a Brancusi, que transitó de la expresión geométrica a la estilización curvilínea. Por su parte, Alexander Calder inicia con sus encantados módulos la escultura cinética. Y monumental entre los grandes escultores del siglo, el británico Henry Moore, con su desafio y su fidelidad a lo arquetípico, que da insospechados valores al hueco y al volumen.

Un legado copioso y extraordinario

Copioso, diverso y extraordinario en sus propuestas y cualidades, el arte del siglo XX y sus protagonistas quedarán en la historia, la cultura y la sensibilidad, como exponentes excepcionales de la creatividad en un período de tiempo recorrido por los más tumultuosos e impensables acontecimientos.De estos 100 años, herederos de una incalculable tradición y patrimonio artísticos milenarios, desde el desafío y hasta la negación de lo establecido en su excelencia a lo largo de un rico pasado, puede afirmarse que el arte ha conquistado una grandeza y reafirmación de esencias incalculables. Su legado de realidad magnífica en obra única y definitiva sólo puede compararse a las posibilidades que entrega a los creadores del nuevo siglo, al siempre. Es una dádiva y un desafío prácticamente imposibles de igualar.

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