La temática erótica y las alusiones sexuales siempre han estado presentes en el arte, incluso desde su nacimiento, como una faceta más del hombre.
Comenzamos la lección por el Renacimiento. En esta época se desarrolla el primer período de culto a la libertad individual y a la apertura a todos los saberes, incluido el amor.
Los artistas van a recurrir a temas mitológicos o del Antiguo Testamento para introducir algún desnudo en sus obras.
Fue durante el Barroco cuando el ideal de belleza, tanto masculino como femenino se transforma: la mujer aparece con senos grandes, caderas anchas, y muslos vigorosos; en el hombre el pecho ancho, la presencia hercúlea, los hombros grandes.
Durante el siglo XVIII, lo que triunfa es la voluptuosidad, una idea del amor y del placer a través de la sugerencia, esto es, el amor galante. El ideal del hombre ya no es Hércules, sino Adonis. En las mujeres ya no es llamativa la robustez, sino la delgadez y la palidez intensa. Obras como El columpio de Fragonard son un resumen de todas estos rasgos.
Tras la Revolución Francesa, con el predominio del ideario burgués se proclama la idealización del amor, liberado de los apetitos vulgares que se agotaban en el placer sensual. En el arte se recurre de nuevo a los clásicos.
Bien entrado el siglo XIX los desnudos, sobre todo entre los impresionistas, se convirtieron en algo cotidiano. Creadores como Manet, Gauguin o Toulouse-Lautrec fueron los más prolíficos a la hora de pintarlos. Eso sí, siempre disimulados con temática oriental, tahitiana o de la noche parisina.
La lección concluye con seis ejemplos significativos de pintura de las Vanguardias europeas. En algunos de ellos observamos que el erotismo pasa a un segundo plano y se da más importancia al desencanto amoroso o la melancolía. Son los casos de creadores como Munch o Matisse.
