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LAS RAYAS EN LA PARED


Silvia Arzak

Desde este horizonte limitado y de profundo aislamiento, ensayo una vez mas la parodia nocturna.

Observo las paredes de mi comedor. Las rayas en la pared, superaran sus límites, y van llegando a la cocina.

Cada raya, es un día más. Es una vuelta mas sobre este pequeño mundo. Marco los días, como huellas sosegadas del tiempo que pasa. Que pasa sin mas sentido que la nada. Con el único consuelo, de que un día ya no lograré despertar.

Cada raya en la pared va configurando mis últimos quince años de historia. Siempre igual. Despertar. Salir en busca de un posible habitante. Alguien que me diga como se para esto. Esto de vivir así, sin problemas, sin necesidades. Esto de transitar la línea horizontal de los días, como el peor de los calvarios.

Medio grado a la izquierda. Esa es la distancia que separa un paso de otro, al emprender un nuevo trayecto. En el umbral de mi casa comienza todo. Desde allí fundo cada mañana, un nuevo horizonte. Doy la vuelta sobre este misterioso planeta, esperando encontrar la respuesta. Las rotaciones no son todas iguales. Las hay mas cortas, otras mas largas... lo sé porque cuento los pasos que me separan de mi casa. Lo tengo todo bien calculado. Hay vueltas de tres mil ochocientos cincuenta y dos pasos, esa es la mas larga. La más pequeña es de doscientos treinta cinco. 

Por las noches, luego de trazar una raya mas sobre la pared, intento imaginar la textura de mi senda sobre la tierra. Aquí no hay viento ni lluvias, por lo que la marca de mis pies permanece intacta. Debe ser una vista curiosa y singular. Un pequeño planeta, con una casita verde circundado por una hilera interminable de pasos, dando dinamismo a su corteza. 

Intentando percibir ese paisaje, me quedo dormida, inmersa en el infinito silencio de las imágenes. 
Hoy las rayas en la pared, casi superan el muro derecho de la cocina y se dirigen al baño. Se me ocurre algo diferente. Intento posibles percepciones con los palotes extendidos en la superficie. Aprovecho las sombras de la noche para recrear ilusiones. A mi mente acuden los rostros de mi niñez. Las rayas me transportan y, por primera vez en tantos años, logro soñar.

Un golpe seco contra la puerta principal, me sacó del éxtasis y me volvió a las rayas. En un primer momento, creí que el estruendo provenía de mi alegórica visión. Pero los golpes se repitieron. Uno tras otro, como las rayas en la pared. Corrí hasta la entrada. Abrí la puerta y allí estaba él. Delantal blanco y peinado al destiempo. Grandes anteojos apenas sostenidos por su pequeña y redondeada nariz.

Según me dijo, cuando yo vivía en la tierra, había perdido la capacidad de soñar. Y un hombre que no tiene sueños -me explicaba- se pierde dentro de sí mismo, creándose un mundo propio, monótono y horizontal.

Las rayas en la pared, finalmente, lograron salvarme. Eso me dijo.

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