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EL PREMIO ERA UNA PLASTIBOL

Eduardo J. Quintana


- Te cambio las de Santoro y Raimondo, por la de Quique Wolf.
- ¡No, ni loco!
- Dale no seas malo, te doy las de Santoro, Raimondo y el Lobo Fisher.
- ¡Te dije que no!
Y me fui enojado en busca de otros chicos, que tuvieran la figurita que me faltaba para completar la colección de fútbol.
Sólo me faltaba una, para llenar los tres álbumes de figuritas que coleccionaba en ese momento. Uno era de River y Boca, y lo tenía lleno desde hacía tiempo.
El otro, Huracán y San Lorenzo, también completo. Sólo me restaba llenar el álbum de Racing, vaya paradoja, justo el equipo del cual era simpatizante.
Cada vez que pasaba por el frente del kiosco, me detenía a mirar los tres premios que se entregaban. Por uno lleno, te daban la Pulpo de goma; por dos, una Plastibol Nº5 y si llenabas los tres, te premiaban con una pelota de cuero.
Era hermosa, con gajos hexagonales rojos y blancos. Número cinco de cuero fuerte y cosida a mano. Lo reitero, era hermosa, grandota y como toda pelota nueva, mantenía el cuero liso y suave. A mi paso me miraba, parecía que deseaba que fuera yo quien jugase con ella.
Pero el tiempo pasaba y no encontraba la figurita que necesitaba para llenar el querido álbum.
Pensé varias veces en canjear los dos completos por la plastibol blanca, pero no me daba por vencido y no quería sufrir el desaliento que producía en mí, saber que no podía completar justamente el de mi querido club.
Quique Wolf era un ídolo para mí, yo jugaba con la camiseta número cuatro en la escuela justamente por él. 
Así que el desafío de llenar el álbum era doble, diría triple. Tendría la figurita de Quique, el equipo de Racing completo y mi pelota de cuero Nº5 profesional.
Me imaginaba con la numero cinco de gajos hexagonales en el aire, bajándola con el pecho suavemente, hasta llegar a mi pie derecho, para terminar metiéndole un terrible "chutazo".
O pegándole como Quique en los tiros libre.
Es que con la Pulpo, todos éramos fenómenos; con la Plastibol, si se le pegaba con chanfle nunca agarraba el efecto; pero con la de cuero, ya era otra cosa.
Le pedí mil veces a mi viejo que me compre figuritas y él así lo hacía. Pero al abrir los paquetes, las figus rectangulares pasaban a engrosar la "pila de las repetidas", que eran tantas como para llenar varios álbumes. 
Mi viejo constantemente me repetía:
- Si juntase todo el dinero que gasté en figuritas, te compraría una docena de "Pintier de cuero".
Pero en realidad, el placer que significaba completar el álbum para recibir a cambio la pelota, era el verdadero desafío.
Por momentos, atinaba a darme por vencido y cambiar los dos llenos por el balón plástico; pero cuando salía del colegio y pasaba por el kiosko, sentía una atracción especial por de la de cuero, que hacía que siguiese intentando la proeza.
Un Viernes en su vuelta del trabajo, papá me trajo cinco paquetes de figuritas, asegurándome:
- ¡Tomá, son las últimas que te compro, eh!
Abrí el primer paquete y todas repetidas; en el segundo y el tercero, lo mismo. El cuarto paquete lo abrí con bronca, como presintiendo que se repetiría la escena. Y la escena se repitió.
A mi lado, mi papá contemplaba la situación y la mueca de tristeza que presentaba mi cara.
Por eso tuvo el atrevimiento de sacar de mis manos el último paquete, agregando:
- ¡Este paquete lo abro yo!
Un suspenso se apoderó del ambiente. Muy lento y prolijo como hacía todo, abrió un lado, arrancando la clásica tirita que surge de la apertura del paquete.
- Onega. Dijo en la primera.
- Potente
- Avallay. Dijo con la tercera en la mano y yo que me daba por perdido.
- Wolf
- ¿Quique Wolf?. Pregunté a los gritos.
- Sí, Quique Wolf, el de rulitos que juega de cuatro en Racing.
Lo abracé como si hubiese ganado el premio mayor de la lotería.
- Gracias papá, gracias porque es la figurita que me faltaba para llenar el álbum.
Tomé la cola de pegar y realicé la acción que venía buscando desde tiempo atrás, pegar prolijamente a mi ídolo Quique Wolf.
Una vez completos los tres equipos, coloqué mi nombre y apellido sobre la línea punteada y procedí a retirar la pelota número cinco de cuero con gajos hexagonales, del kiosco al que concurrí con total alegría.
- Hola Don Evaristo
- Hola pibe, ¿qué buscás?
- Vengo a cambiar los álbumes por la pelota de cuero.
- A ver esos tres, alcanzamelos muchachito.
Y procedí a entregarlos en mano, suponiendo que los sellaría y me los devolvería. Esa era la regla que normalmente se utilizaba, uno entregaba las figuritas, el kiosquero las sellaba para que no se vuelvan a utilizar y las devolvía en perfecto estado.
- San Lorenzo-Huracán, completo. River-Boca, completo. Racing-Independiente, completo. ¡Muy bien, pibe!
- Le puedo pedir un favor, Don Evaristo.
- Claro pibe. ¿Qué necesitás?
- Si lo tiene que sellar, trate de hacerlo del lado del equipo de Independiente.
- No pibe, lo tengo que sellar por equipo. Me contestó el kiosquero
- Ah, que lástima. Bueno aunque sea déjeme libre la figurita de Wolf.
- ¿Y para qué, nene?
- Por si algún día lo veo.
- ¿Sí lo ves, qué?. Me preguntó intrigado Don Evaristo.
- Si lo veo, le pido que me autografíe la figurita. Le dije al kiosquero, mientras de reojo miraba la Nº5, que estaba en la vidriera.
- ¡Pero pibe, el álbum me lo tengo que quedar!
Un frío recorrió mi espalda, un sudor apareció en mi frente. Mi cara empalideció de tal forma, que Don Evaristo se asustó.
- ¿Qué te pasa pibe, te sentís mal?
- No Don Evaristo, ignoraba que el álbum se lo quedaba Usted.
- Si muchacho cambiaron las reglas, ahora vos dejás los álbumes y te llevás la pelota de cuero.
Y ahí me fui yo, no tan contento, pero con la frente alta de haber cumplido el cometido.
El Sábado con mi papá fuimos a jugar al fútbol al parque, él atajaba y yo pateaba los tiros libres, como Quique Wolf, el mismo de las figuritas. Y siempre se me iba por arriba del travesaño.
Era difícil con la Plastibol, darle el efecto justo.
¿Las figuritas?, las tengo guardadas, y cuando lo vea a Quique seguro me las autografía.

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